Día 1. De NYC a Williamsburg, Virginia.
Gracias al buen hacer de las hermanas Prieto Frías, tuvimos la intriga de si Lidia recibiría o no desde España su nuevo carné de conducir a tiempo, pues el que había traido con ella había caducado hace unas semanas. La perspectiva de que fuera yo el conductor de tan largo viaje no nos hacía mucha gracia, dada mi menor pericia al volante. Finalmente, el martes por la noche lo recogimos de nuestro buzón, con gran alivio y satisfacción. Podríamos conducir los dos.
Así que el miércoles por la mañana nos fuimos a la agencia de alquiler de coches, donde nos proporcionaron el coche más barato posible. El coche más pequeño del que disponen, es decir, el más barato, es un Ford Focus (americano) de cinco puertas. Vamos, mucho más grande que nuestro coche de España. Eso de alquilar un Ford Fiesta chiquitín aquí no se estila.
Tras los primeros momentos de adaptación al coche y a su cambio automático de marchas, al GPS y a la conducción por Nueva York (he de decir que Lidia sacó Matrícula de Honor), enfilamos la carretera camino a Virginia. Fue un viaje largo. De por sí son unas siete horas, pero, además, pillamos mucho atasco entre Washington y Richmond, y es que el fin de semana de Thanksgiving es en el que más desplazamientos por carretera se producen en EEUU, junto con Navidad. En ese tramo, además, yo tenía la mosca detrás de la oreja porque la autovía estaba dividida en dos calzadas, y los del centro iban mucho más rápido que nosotros, los de los laterales, pero no había manera de meterse en el centro... Cosas de las carreteras de aquí que todavía no entendemos del todo.
El viaje transcurrió sin más novedades salvo por dos incidentes. El primero tiene que ver con las costumbres de la policía, y es que son un auténtico peligro. Teníais que haber visto, en medio del denso tráfico, salir picando rueda a un coche de policia para perseguir a otro coche al que luego detuvo en el arcén. En los días siguientes, veríamos otras maniobras bastante peligrosas por parte de la policía, como cambios de sentido en medio de una carretera de doble sentido y escasa visibilidad. Menos mal que, al menos, los coches de policía están bien iluminados. El segundo incidente va con moraleja. Y es que nos paramos en un área de servicio para comer un poco de chorizo y pan, al más puro estilo español. No nos resultó fácil abrir el maletero, porque había que pulsar algún botón en algún sitio pero no sabíamos dónde. Sólo tras varios intentos conseguimos acceder al chorizo, que era lo que nos cegaba en ese momento. Cuando reanudamos la marcha, observé que el capó vibraba demasiado (Lidia es que no lo llegaba a ver). La moraleja de la historia acudió rápido a nuestra mente: si pulsas un botón que es para abrir algo y no se abre lo que tú quieres, comprueba que no has abierto lo que no quieres. En efecto, en nuestro intentar abrir el maletero habíamos abierto el capó del coche y abierto se había quedado. Pasamos unos momentos pretendidamente emocionantes temiendo que el capó se viniera contra el parabrisas y perdiéramos visibilidad, pero al final pudimos comprobar la utilidad de los arcenes anchísimos que tienen las autovías por aquí. Paramos allí, bajé del coche, cerré el capó y continuamos nuestro camino, con seguridad, y digiriendo el chorizo.
El viaje hasta Williamsburg, Virginia, transcurrió sin más incidentes a destacar. Sólo nos llamó la atención una salida hacia un centro de investigación naval en el que Elías pegaría bastante: la WASA.
Allá a las ocho de la tarde, más de diez horas depués de salir de Nueva York, llegábamos al Days Inn de Williamsburg, donde empezamos a vislumbrar lo bien que está montado EEUU para viajar por carretera y hacer noche en el camino. No tuvimos ningún problema en coger una habitación sin reserva previa, como nos ocurriría todos los días siguientes en distintas cadenas hoteleras o moteles, a precios bastante razonables y, en casi todas las ocasiones, con el desayuno incluido.
Día 2 (Thanksgiving). Historic triangle y plantaciones.
El llamado triángulo histórico está formado por tres emplazamientos: Williamsburg, Yorktown y Jamestown. En primer lugar, fuimos a Yorktown, localidad en donde se libraron las batallas que decantaron definitivamente la Guerra de la Independencia hacia el lado americano. Y es que en las guerras de antes quedaban en un sitio concreto para batallar, no como ahora, que se bombardea lo que haga falta y, si es por sorpresa, mejor. En Yorktown tienen montado un Parque Nacional que, lamentablemente, estaba cerrado por Thanksgiving. Eso tuvo su lado negativo, pues había partes cerradas al público, pero también pudimos dar un paseo más a nuestro aire, sin mucha gente, visitando trincheras y bastiones, y también la casa donde se firmó la paz definitiva. Nos hizo gracia una anécdota acerca de las tropas que apoyaban a cada bando. Los franceses, para dar por saco a los ingleses, me imagino, apoyaban a los americanos. Y dentro de los regimientos franceses había también alemanes de alguna región que por aquel entonces pertenecía a Francia. La cuestión es que también había alemanes que apoyaban a los ingleses, supongo que para dar por saco a los franceses. Por lo visto, el uniforme de ambos tipos de alemanes no se diferenciaba mucho, lo que generaba confusión, que se agrandaba, además, porque los alemanes de ambos bandos hablaban el mismo idioma. Contaban los paneles explicativos que las confusiones que se generaban en las batalla eran muy frecuentes, y que había continuos errores y se mataba a quien no se debía matar y se dejaba con vida al que había que matar. Vamos, un desastre. Y pensar que en esas circunsancias se decidió gran parte del camino que tomó el mundo moderno... Da que pensar.
El segundo vértice del triángulo histórico es Williamsburg, antigua capital de Virginia, que cayó en el olvido cuando la capital del estado se trasladó a Richmond, hasta que Rockefeller soltó la pasta para reconstruirla al estilo colonial. Actualmente es algo muy similar a un parque temático, al que fuimos por equivocación queriendo ir a la Williamsburg de verdad en busca de un restaurante y de la que salimos según nos dimos cuenta de nuestra equivocación (¡aquí nos fallaste, Lonely Planet!). Aún así fue interesante darse un paseo por sus calles llenas de turistas americanos.
Antes de que se hiciera de noche, nos encaminamos a una zona en donde se pueden visitar plantaciones típicas sureñas. Decidimos ir a la que había sido hogar de John Tyler, el décimo presidente de EEUU. Fue una visita curiosa. La propiedad sigue perteneciendo a la familia Tyler (de hecho creo que el nieto del señor Tyler, también Tyler, claro, sigue viviendo allí), y los visitantes pueden dar un paseo por los jardines (incluyendo el cementerio de mascotas de la familia Tyler).
Después de darnos un homenaje importante en un típico bar americano (huevos fritos y revueltos, bacon, sausage, tortitas, french toasts, patatas fritas), nos dedicamos a dar un paseo por el diminuto centro histórico de Charlotesville. Esta ciudad es en realidad famosa por ser la sede de la Universidad de Virginia que, como Columbia, pertenece a la denominada Ivy League. Esta universidad fue fundada por Thomas Jefferson, y la visitamos rápidamente después de ir al hogar de su fundador, Monticello.
Monticello es una finca de gran tamaño. La casa, que fue diseñada por Jefferson, se encuentra en lo alto de una colina, desde el que se tienen unas vistas estupendas de las llanuras de Virginia, al este, y de los Apalaches, al oeste. La visita a Monticello nos gustó mucho, pese a la dificultad de entender al guía, que se incrementaba por los lloros y protestas de varios niños. Nos hicimos una buena idea de lo excepcional del personaje de Thomas Jefferson. Además de ser el tercer presidente de los EEUU, era filósofo y científico, vamos, un sabio ilustrado que tenía una gran confianza en la capacidad de todo ser humano y en la democracia. Sus ideas las compaginaba como podía con el hecho de poseer esclavos. Por cierto, si alguno tenéis a mano una moneda de cinco centavos, Monticello aparece representada en una de las caras. En la finca están enterrados Thomas Jefferson y demás familia. En el epitafio de Jefferson, se pueden leer los logros por los que quería ser recordado, y que son: ser autor de la declaración de independencia de los EEUU, ser el fundador de la Universidad de Virginia y ser el autor de la Constitución del Estado de Virginia (en la que se aprobaba la libertad de culto). Ni una palabra de lo de ser presidente. Esto da una idea del carácter del personaje, como también un reloj que diseñó para que señalara también el día de la semana en la pared mediante un sistema de poleas. No sé muy bien qué pasó (probablemente una mudanza), pero al final resultó que la pared donde iba el reloj no era lo suficientemente alta para que cupieran todos los días de la semana. Así que, ni corto ni perezoso, hizo un agujero en el suelo, y el indicador del sábado acabó en la bodega.
Pernoctamos en un Howards Johnson en Newark, en el estado de Delaware.
Día 5. Vuelta a Nueva York.
Pese a que llovió durante todo el día, nuestra estrategia funcionó y prácticamente no pillamos atasco, con lo que nos dio tiempo a ir al IKEA y a hacer la compra con el coche, antes de devolverlo. Las vacaciones habían acabado. Las disfrutamos mucho, como esperamos haberos trasmitido, y dio penita que fueran tan cortas. Sin embargo, ¡no apenarse!, que en nada estamos por España, de vacaciones otra vez, y viéndoos a la mayoría de vosotros.