sábado, 12 de julio de 2008

Lidiadas

Una de las cosas que imaginaba que pasarían cuando cruzáramos el charco es que me vería envuelta en múltiples situaciones graciosas producidas por mi torpeza. No es que no se dé el caso cuando juego en casa, pero los cambios en general y la diferencia de idioma propician que haga el ridículo con soltura. Pero la verdad es que no está siendo para tanto, no estoy metiendo la pata mucho más de lo que lo haría en circunstancias normales, así que esta entrada se ha visto retrasada más de lo que esperaba.

Aunque las cosas que me han pasado hasta ahora no tienen mucha relación con el hecho de estar en Nueva York, como igualmente os las contaría si estuviera allí para que os mofarais de mí, pues también lo hago desde aquí.

Mi primer gran momento tuvo lugar, cómo no, con el nuevo jefe. Esta es la típica situación de intentar romper el hielo consiguiendo únicamente hacer el ridículo. Pues el caso es que subíamos a nuestra planta en el mismo ascensor intercambiando un par de frases cortas, algunas incluso monosilábicas. Los ascensores dan a una especie de pasillo interno en el que es imposible orientarse debido a su total simetría y a que hay ascensores en los dos lados del pasillo. Total, que salimos del ascensor y echo a andar al lado de mi jefe comentando lo mal que me oriento siempre en esta situación. Mi jefe, sin pararse, señala con el pulgar hacia su espalda y me dice “es en la dirección opuesta”. Por lo menos quedó claro que mi comentario no era mentira, además de ser un absurdo intento de caer simpática. Saqué mi siempre socorrida sonrisa de “estoy haciendo el panoli” que tengo muy entrenada y me fui para mi cueva.

Mi segundo gran momento fue en una tienda de ropa. Todo el mundo comenta lo baratísimo que es todo en Nueva York. Total, que el otro día me fui a comprarme unas deportivas y algún que otro complemento que no necesitaba. En general, los precios no están mal, pero como no hago el cambio a euros nunca vivo la clásica situación de ¡estoy encontrando una ganga! Pero, de pronto, en la sección de ropa femenina, veo un ofertón de 4 ejemplares por 20 céntimos. Como la ropa de chica cada vez la hacen más escasa de tela, la oferta no me pareció inverosímil, aunque sí espectacular. Además, era monísimo lo que allí vendían y no me pude resistir, aun no haciéndome ninguna falta estos complementos. Elijo los cuatro más monos y cuento mis centimillos en el monedero. Saco 20 y los amontono como el tío Gilito. Mientras espero a que la dependienta les quite los artefactos antirrobo pienso en la cara que van a poner mis amigas cuando se lo cuente. Entre esos pensamientos la dependienta dice “twenty”. Ya estaba yo a punto de decirle “cents?” cuando caigo en mi error y me doy cuenta de que, efectivamente, son dólares. Demasiado tarde para echarme atrás, así que pago con la tarjeta. Fue una pena salir tan pronto de mi error. Me hubiera encantado relataros la cara de la dependienta cuando le hubiera plantado los 20 céntimos uno encima de otro haciendo una torrecita.

La última lidiada que merece ser contada se refiere a mi habilidad para las compras a través de la red. Llevo unos meses encaprichada con una canción y ya por fin me decido a comprarme el disco en el que está incluida. Para ello, recurro a amazon.com que, como sabéis, lo tiene todo y a muy buen precio. Decido comprármelo de segunda mano, que sale muy barato. Veo que los precios son espectaculares, algunos por menos de un dólar, así que me compro dos discos. Como soy de natural confiada, me compro los más baratos. Cuando ya era demasiado tarde me di cuenta de que los precios eran tan bajos, en algunos casos, porque no se trata de un CD sino de un casete. Por lo menos tengo un CD, que me acompaña mientras os escribo. Pero además tengo en mi poder un casete que no puedo reproducir ni copiar ni nada porque no nos hemos traído con nosotros tecnologías con orígenes anteriores a los años 90. Voy a ver si le pido a algún harlemeño un aparatejo de esos que se llevan al parque para escuchar música mientras hacen barbacoa o, simplemente, descansan en un banco.


sábado, 5 de julio de 2008

Independence day

Ayer era 4 de julio y, por lo tanto, el día de la independencia aquí en Nueva York y en todos los Estados Unidos, claro. Así que decidimos empaparnos un poco del espíritu nacional y pasearnos por la ciudad ver el ambiente y cómo los lugareños celebran tal acontecimiento.

Lo primero que hicimos fue salir a la calle con el noble objetivo de tomarnos un Brunch en Harlem. Íbamos hacia la avenida Lenox, un poco más al sur de donde Bruce Willis se coloca con su cartel de “Odio a los negros” en la Jungla de Cristal 3, porque Jorge había leído en la guía que allí hay un sitio interesante. Para ir hasta la avenida Lenox pasamos por el parque de al lado de casa. Nada más pisar las escaleras nos llegó el olor a barbacoa y fritanga y una vez dentro del parque vimos la que había formada. Si ya los Harlemeños montan unas barbacoas impresionantes los fines de semana, tal día como ayer lo acompañaban de tiendas de campaña y las clásicas carpas de camping familiar. Allí plantan las tumbonas, las barbacoas y se pasan el día con el Hip Hop y el Raeggeton a todo trapo.

A medida que avanzábamos la calle 120 nos íbamos adentrando más y más en Harlem. Cuando ya nos pareció que debíamos estar en la Avenida Lenox, comenzamos a buscar sin éxito el sitio que indicaba la guía. Nos acercábamos más a Central Park y allí no había ni un sitio para hacer Brunch. Aparte de que, contra todo pronóstico, nos habíamos equivocado de avenida y no estábamos en Lenox, nos parece que la costumbre del Brunch es poco Harlemeña y está más acorde con el Neoyorquino aburguesado de un poco más al sur. Así que nos encaminamos en esa dirección como burgueses que somos.

En la parte norte de Central Park había montada más o menos la misma fiesta que al lado de casa en Morningside Park. Un poco absortos por la situación y por el paisaje de esa zona de Central Park con el Harlem Meer al lado (precioso) ni nos dimos cuenta de que estábamos obstaculizando el paso de una ambulancia que nos metió una pitada considerable. Salimos de entre la muchedumbre y del parque para ya adentrarnos en el Upper East Side y ver si allí encontrábamos el tan ansiado Brunch.

Encontramos un par de sitios muy agradables y nos decidimos por el “Bistro du Nord”. Una vez establecidos en él nos dijeron que el Brunch se reserva para los fines de semana. Claro, era fiesta, pero no estrictamente fin de semana, así que nada de Brunch. Aunque nos decepcionamos un poco nos pusimos gochos compartiendo una sopa, una ensalada y sendos Crêpes de agárrate y no te menees. Después de semejante almuerzo y dado que ya nos habíamos empapado un poco del sentir patrio nos fuimos a sestear un poco al parque antes de continuar con la fiesta.

Una vez algo más descansados y con la digestión hecha, nos fuimos (vía Wall Street, ver foto) a la verbena. No quiero decir con esto, ni mucho menos, que hubiera “agua, azucarillos y aguardiente”. Más bien se trata de una calle con un montón de puestos de diferente tipo, pero ni una mala tómbola con muñecas chochonas. Por un lado, están los puestos de venta de gorros, gafas de sol “de marca” y de cuadros y artilugios varios. Por otra parte, están los puestos de alimentos de diferente tipo: hamburguesas, perritos, gofres, frutas bañadas en chocolate... El olor de lo dulce se mezcla con las carnes y sólo es apetecible si uno está verdaderamente involucrado en los festejos o muy borracho para distinguir lo agradable de lo repugnante. No era el caso de ninguno de los dos.

En el puerto de South Street había un montón de gente en los restaurantes y alrededor de un escenario donde había un pinchadiscos (o DJ) al que nadie hacía ningún caso. Después, nuestra intención era cruzar el puente de Brooklyn para, desde el otro lado, disfrutar de los fuegos artificiales que Macy’s tuvo a bien subvencionar por 33 año consecutivo. Sin embargo, el puente estaba cortado, de modo que nuestro gozo en un pozo. Hubo cambio de planes y eso nos llevó a dirigir nuestros pasos hasta un parque llamado East River Park. Un barrio chino, otro barrio judío semiabandonado, una detención policial y una autopista después, allí estábamos.

El East River Park también estaba lleno de gente con barbacoas, tiendas de campaña, carpas de camping y kilos de comida. No encontrábamos ningún banco o trozo de césped donde aposentarnos para ver los fuegos artificiales. Además, había una concentración de policía incalculable, que revisaba el bolso a todo el mundo menos a mí. Eso sí, Jorge estaba cagado porque, por primera vez, había salido sin pasaporte de casa.

Finalmente, encontramos un campo de fútbol con césped artificial para tumbarnos y ver el espectáculo, que comenzaba a las nueve. Si bien lo del césped artificial puede parecer secundario, no lo es cuando se aprecia la cantidad de residuos verdes que deja en la ropa incluso después de que ésta pase por la lavadora.

Allí que estábamos tan a gusto cuando justo a las 21:00 comenzó a llover. La gente, incluidos nosotros, comenzó a sacar los paraguas, claro. Los fuegos no terminaban de empezar. Había algunos no muy altos al otro lado del río y la gente empezó a levantarse para verlos, con los paraguas incluidos, con lo cual nosotros, que permanecíamos sentados, no veíamos nada. Ya eran las 21:20 y empezábamos a pensar que, debido a la lluvia, se habrían anulado los fuegos. Sin embargo, a las 21:25 comenzaron, para deleite de los allí presentes. Una cosa que hemos observado es que el público americano, especialmente el femenino, chilla un montón. En la tele es imposible ver más de 15 segundos de cualquier espectáculo sin que la gente grite a rabiar. Así que Jorge empezó a gritar con los fuegos y la gente le seguía.

Los fuegos, que estuvieron muy bien, duraros unos 15 ó 20 minutos. Lo siguiente era salir de allí. El parque en el que estábamos está flanqueado por un lado, por el río y, por el otro, por la autopista. Con lo cual, TODOS los que allí estábamos necesitábamos cruzar la autopista utilizando dos puentes.

Al principio decidimos esperar a que pasara la cosa, pero veíamos que se iba a eternizar y que estábamos en la otra punta de la isla con respecto a nuestro hogar, con lo cual nos metimos entre el gentío. En este punto es importante recordar que había llovido, pero en este momento sólo chispeaba ligeramente. Eso sí, hubo ciertas personas que decidieron que era de suma importancia no dejarse rozar por cuatro gotas y que, para evitarlo, llevaban sus paraguas ampliamente extendidos entre la gente que nos agolpábamos. Primero me topé con una chica que iba cual princesa con su paraguas en plan sombrilla y que me lo clavó en el cráneo llevándose de paso unos cuantos pelos y parte de mi ADN. El siguiente genio que nos encontramos fue un hombre con una de las varillas salidas en plan aguijón que alguna vez anduvo cerca del ojo de Jorge. Y luego apareció un lumbreras que llevaba el paraguas en alto, de manera que todo lo que chorreaba nos caía a los demás, sobre todo cuando, para aumentar la altura a la que lo llevaba, lo lanzó un poco hacia arriba en el aire haciendo que todo el agua de la superficie salpicara.

La gente se ponía nerviosa, los que conseguían subir al puente gritaban hacia abajo y los de abajo, insultaban a los de arriba. Una señora se metió allí, entre el gentío, con un carrito de bebé. Completamente irracional.

Afortunadamente, conseguimos salir de allí con vida y una hora y media ya estábamos en casa.

Se puede concluir que:
- el 4 de julio es una fiesta recomendable y amena.
- cuando se juntan más de 100 personas en el mismo sitio, los seres humanos nos volvemos estúpidos. Y esto es cierto en EE.UU., en España y en cualquier otro país del mundo (creo yo).