domingo, 31 de enero de 2010

Road test #2

Como ya os había comentado, el día 26 de enero tenía la repesca de mi fallido examen de conducir. Para tranquilidad de mi maltrecho ego, esta vez he aprobado. ¡Buf! Menos mal.

Otro martes por la mañana que me iba yo a la autoescuela. Esta vez no había contratado ni clase ni nada, así que hice el examen totalmente en frío. No fue nada bueno para mis nervios ver que me tocaba la misma examinadora. Según el profesor de autoescuela esto era bueno porque al haberme suspendido una vez, le daría pena (¡hay que ver! ¡Aprobar por compasión!). Pero yo no las tenía todas conmigo. Al fin y al cabo, la última vez no tuve la impresión de caerle demasiado bien.

Comenzamos el examen. Vuelta a la manzana completa sin comentarios. Cambio de sentido o vuelta de tres puntos, como la llaman aquí. Aparcamiento en línea, perfecto. No he aparcado tan bien en mi vida. Y vuelta al “centro de exámenes” (ver foto). Total, que paramos y me empieza a soltar la chapa sobre cómo cuando miro hacia los lados el coche se viene conmigo y que tengo que mirar hacia donde conduzco. Que qué es eso de mirar tanto los espejos. Yo argumento que hombre, que hay que mirar los espejos y ella me dice que lo hago demasiado. Agacho las orejas y le digo que gracias por las críticas y que lo tendré en cuenta para el futuro (menuda pusilánime que estoy hecha). “Sí, por favor” me contesta (sigo pensando que bajo su rancia máscara se esconde una cachonda). Todos los suspensos de mi vida volvían a pasar ante mis ojos como premonición del nuevo cate que me iba a caer encima. ¡Pero no! Al final me dio un ticket, similar al de cuando suspendí, en el que sólo había 20 puntos (¡aprobado!) que tuve que firmar. Esa es mi licencia para conducir temporal. Con eso puedo conducir hasta que me llegue al correo el carnet definitivo. Éste puede tardar de dos semanas a dos meses.

Así que una cosa menos en mi lista de “cosas por hacer” y otra más en la de “cosas hechas”. Y todo esto ¡antes de cumplir los treinta!

domingo, 17 de enero de 2010

SSMM los Reyes Magos

Una de las ventajas de tener la nacionalidad española es que los Reyes Magos te visitan allá donde estés durante la noche del 5 al 6 de enero. No importa lo creyente que seas, los Reyes siempre tienen algo para ti. Sabiendo eso, nosotros siempre tenemos preparados nuestros zapatos, junto con un vasito de agua y unos pedazos de chocolate, al irnos a la cama el 5 de enero. En esta ocasión, los Reyes se portaron de manera peculiar. A mí me trajeron unos auriculares muy chulos y una pajarita de sabio, ¡perfecto!, pero además de eso había unos paquetes bastante grandes. Uno de ellos, para Lidia. El otro, para mí. ¡Qué mamones, los Reyes! –pensé yo cuando les quitamos los envoltorios. Nos habían traído dos pares de patines sobre hielo. Los Reyes, que lo saben todo, habían acertado perfectamente con los deseos de Lidia. ¿Pero qué pasaba conmigo? Yo soy patoso, inhábil, poco amigo de velocidades y deslizamientos sobre superficies con bajo rozamiento. ¿Por qué me hacían esto a mí? En algo debía de haberme portado mal durante el año, que ahora me hacían esta putada. En mi incredulidad, se me olvidaba que los Reyes son todopoderosos.


El domingo del siguiente fin de semana fuimos a probar los patines. El día anterior, sábado, habíamos cumplido con la tradición de comer roscón, mojándolo en un chocolate a la taza tirando a espesito. Para ello, contamos con la imprescindible colaboración de Emilio y Mª Luisa, que hicieron un roscón casero que estaba de rechupete, con doble sorpresa incluida. Nada que ver con el roscón-pizza nuestro del año anterior (por cierto, que un año después, por fin tiramos la fruta escarchada que nos había sobrado). Yo creo que debió de ser por la energía del chocolate y el agua de azahar del roscón, pero el tema del patinaje se nos dio bastante mejor de lo que yo habría pensado. Bueno, en realidad a Lidia le fue tan bien como se esperaba. La sorpresa consistió en que yo me separé de la valla en más de una ocasión y que no me caí ni una sola vez. Nos lo pasamos muy, muy bien. Adjuntamos un vídeo que muestra algunos momentos entretenidos de la jornada. Al principio, podéis ver una variación del triple Axel que improvisé a los quince minutos de estar sobre el hielo.

Ese fin de semana fuimos a una pista de hielo que está en Central Park, muy cerquita de casa. Ventajas: se puede dar un paseo hasta allí y no está muy llena de gente. Inconvenientes: no está en un sitio muy bonito. Así que este fin de semana hemos repetido, pero esta vez en Bryant Park. Ventajas: el sitio es espectacular. Inconvenientes: se pone hasta el culo, por lo que hay que madrugar. En el vídeo están mezclados los emplazamientos de ambos fines de semana. En esta ocasión, fuimos también con Sebastian y Andrés, que hicieron gala de unos estilos envidiables, por su coraje e innovación. Lidia se soltó todavía más y yo, cuando me quise dar cuenta, estaba dando vueltas y vueltas a la pista sin descansar. Ninguno de los cuatro sabe frenar, lo cual hizo que se complicara la cosa cuando la pista se llenó de gente, incluyendo un montón de niños. Así que tanto a Lidia como a mí nos pasó que se nos cruzó un niño y, al no poder frenar, nos chocamos y caímos con poco estilo. El estilo lo recuperamos levantándonos a la primera, y sin ayuda. ¡Unos artistas!

La moraleja de esta historia es: No desconfiéis de los regalos que os traigan los Reyes, pues ellos son mucho más sabios que vosotros. A propósito, nunca está de más volver a escuchar esta entrevista al Rey Gaspar:

http://www.youtube.com/watch?v=rV4aupkhUDQ&feature=player_embedded

La otra moraleja viene representada en los últimos fotogramas del vídeo. Si eres una paloma en Nueva York, ten cuidado porque un águila se te puede comer sin piedad.

lunes, 11 de enero de 2010

Road test #1


El día 5 de enero de 2010 hice el examen práctico de conducir para sacarme el carnet de aquí. Para ahorraros desde el minuto cero el mínimo suspense que se haya podido generar, os diré que he suspendido. Para mí, que siempre he sido una empollona, esto es un trauma considerable. No es que no haya suspendido nunca: corría el año 1991 cuando suspendí por primera vez un examen, que resultó ser de religión (una pecadora, eso es lo que soy). Pero esta es mi primera recuperación. Y, lamentablemente, no tengo ningún tipo de explicación aceptable.

El día empezó bien: un frío intenso, de esos que causan dolor físico, y un sol radiante. “Perfecto” pensé yo “no tendré que hacer el examen con condiciones meteorológicas adversas”. Para ir a hacer el examen hay que ir con coche propio y con alguien con un carnet que vaya contigo. Alquilé el coche de una autoescuela con profesor incluido. Para calentar motores, contraté también una clase anterior al examen. Así que nada, para Staten Island que nos fuimos. Este es el sitio donde parece ser que es más fácil aprobar en todo Nueva York (un 80% de aprobados, no como en Brooklyn, que hay un 80% de suspensos). Conduje maravillosamente hasta allí (porque, en realidad, soy una magnífica conductora) y empezamos a practicar en una zona residencial. “El examen son exactamente 7 minutos”, nos dijo el profesor de autoescuela a mí y a otro chico que también venía a examinarse. Concretamente, se trata de dar la vuelta a la manzana, es decir, cuatro cruces con o sin STOP, aparcar en línea (siempre detrás de un coche y sin ningún coche detrás de ti) y un cambio de dirección de tres puntos. La primera frente: al aparcar no se puede tocar el bordillo. Estaréis de acuerdo conmigo en que esta es una regla absurda. Bueno, pues es preferible quedarse a tomar morcilla; tocar el bordillo es un suspenso automático. Así que empezamos a practicar y yo cada vez más nerviosa, siempre quedándome lejísimos o haciéndolo fatal. Esto hizo que para cuando llegara el momento de hacer el examen estuviera de los nervios.

Acabada la clase el profesor cogió el coche y nos fuimos al “centro de exámenes”. El centro de exámenes consiste en una calle donde una señal minúscula indica que es ahí donde tiene que pararse uno. La calle tiene: a un lado un edificio cutrísimo que, aparentemente, es un gimnasio, y al otro lado un descampado donde habita una especie de hotel recién construido pero ya abandonado. Tú plantas el coche en la fila de coches y esperas a que te toque turno. Los examinadores (todo mujeres menos uno) están en sus coches esperando a que llegue gente para examinar. Cuando están en el descanso, se les ve comer o tomar café dentro del coche. No hay ni una mísera marquesina para que el profesor te espere mientras te examinas (porque uno va solito con la examinadora). Así que, llueva o nieve, te tiene que esperar a la intemperie. Igualito que el centro de exámenes de de DGT en Móstoles, vaya. El profesor nos dijo que hay sitios peores, como uno que es una calle debajo de un puente.

Pues allá que me meto en el coche con la examinadora y me pongo ya a temblar pensando en el momento en que tenga que aparcar. Durante el examen la examinadora me dijo que fuera más despacio, luego que tenía que tomar las curvas más despacio y finalmente, que aparcara. Allá que me pongo a aparcar. Otro detalle a tener en cuenta es que uno sólo puede ir hacia atrás y rectificar hacia adelante una única vez. Así que, cuando termino, me doy cuenta de que mi coche sobresale medio metro respecto del de delante. Pero oye, no he tocado el bordillo. La examinadora, que a pesar de su cara de mala uva debe ser una cachonda, abre la puerta del copiloto para indicarme que me he quedado lejísimos de la acera. Y yo mirando con resignación el medio metro que quedaba entre la acera y mi coche. Finalmente, me dice que siga. Total, que me dispongo a dar marcha atrás y veo que el coche no se mueve porque la examinadora está pisando el freno. ¿Por qué? Porque en lugar de la marcha atrás está puesta la marcha de “tirar pa’lante”. Este debe ser un error que no he cometido ni una vez en todo el tiempo que he estado alquilando coches automáticos aquí. Pero como soy un poco panoli, decidí que este era un buen día para cometerlo. Así que nos volvemos a la calle de exámenes tras 4 minutos escasos de examen porque el hecho de que la examinadora toque el pedal es suspenso automático. De una maquinita saca un ticket y me bajo del coche con el rabo entre las piernas. Mi profesor y el otro chico con mirada incrédula y yo con una cocida monumental.

En el camino de vuelta, ya conduciendo mi profesor, echo un ojo al ticket. Aquí es donde se indican los fallos que ha tenido uno durante el examen. Uno parte de cero puntos y, según te vas equivocando, te añaden puntos. 30 puntos ya es un suspenso. Bueno, pues resulta que en un examen de 4 minutos, incluyendo aparcamiento, he sumado 65 puntos. Personalmente creo que esto es físicamente imposible. Para mi escarnio público, aquí os dejo muestra de los fallos que tuve. Pero vamos, un par de cositas sí que le iba yo a discutir a la examinadora de las pelotas.

Eso sí, estoy orgullosa de decir que cuando suspendo, suspendo bien. Nada de un 4.8 que te deja con la miel en los labios. No, no... El examen de religión ese de 5 de E.G.B. lo suspendí con un 2 y dado que 65 puntos son más de dos veces 30 y contando el “toque de pedal” de la examinadora, este suspenso vale por 3. Si no puede uno destacar por bien, al menos dejar huella por mal.

En dos semanas tengo otra oportunidad. Lo veo negro, muy negro, porque esta vez no voy ni a tomar clase. Así que estoy a ver si me supero y sumo 90 puntos, para ya dar la vuelta al ruedo.