domingo, 12 de octubre de 2008

Periplo NY-Washington D.C.-Philly

A finales de julio vinieron a visitarnos “Los Hermanos”: Mónica y su marido Iván. Uno de los planes que habíamos elaborado para cuando vinieran era hacer alguna escapadita de fin de semana a algún otro lugar fuera de Nueva York. Decidimos ir a Washington y pasar a la vuelta por Philadelphia. Para ello reservamos asientos en los autobuses que salen de China Town y que, evidentemente, gestionan un grupo de chinos.

El viernes 1 de agosto a las 19:30 de la tarde salía nuestro autobús de China Town. Allí que nos plantamos mochila en ristre. Dado que este sistema no incluye intercambiador ni dársenas organizadas, sino que los autobuses paran en las calles de este barrio asiático, tuvimos que preguntar a una chica china que hablaba un inglés del todo incomprensible. Como era la encargada nos fiamos de sus indicaciones. Pasado un rato de habernos acomodado en nuestros asientos se nos acercó el “revisor”, un joven oriental con el cuerpo lleno de tatuajes. Jorge le alcanzó la reserva que había imprimido. En ella constaban los tres trayectos reservados: NYC-Washington D.C, Washington D.C.-Philly, Philly-NYC. El revisor hizo el amago de quedarse con nuestro folio, a lo que, afortunadamente, Jorge reaccionó de inmediato. Para futuros viajes con esta compañía, nota mental: imprimir una copia de la reserva por trayecto a realizar.

Tras un viaje de unas 4 horas que constó de un frenazo impresionante a la salida de Nueva York (peligro de muerte para el del coche de delante), un aire acondicionado a 16 grados centígrados más o menos, unos jóvenes que hablaban a un volumen insoportable y un olor a comida un tanto agobiante a ratos, llegamos a Washington hacia las once. Allí cogimos el primer taxi hasta el hotel de hermosas colchas que Los Hermanos habían elegido.

Una vez allí y habiendo constatado que el hotel era muy elegante y que la habitación era más grande que nuestro apartamento, buscamos un sitio para ir a cenar. Lo único que encontramos fue un restaurante de comida rápida que se ubicaba encima de una discoteca. Eso hizo que nuestra cena se pudiera considerar como una “salida de marcha” por Washington, ya que la música estaba tan alta que el suelo del restaurante temblaba y los camareros canturreaban las canciones que sonaban abajo. Sólo faltó arrancarse a bailar.

A la mañana siguiente madrugamos un poco para poder ver Washington en un día. La cosa no está fácil, dada la gran cantidad de cosas que hay para ver. Nuestra visita fue sólo exterior. Para poder ver la Casa Blanca hay que reservar con semanas, e incluso meses, de antelación. Si uno quiere ver el Capitolio, tiene que estar a las 8 de la mañana haciendo cola para pillar entradas. Nosotros no hicimos nada de eso. Sólo echamos a andar y lo vimos prácticamente todo, pero sólo por fuera. La explanada que se extiende desde el Capitolio hasta el Lincoln Memorial es un paseo muy recomendable. Incluso bajo el sol de justicia que nos torturó ese día sin un árbol lo suficientemente frondoso para refrescar un poco. La avenida Smithsonian está llena de museos gracias a un tal Smithson, “un inglés que jamás estuvo en Estados Unidos, pero que en su testamento donó 4.1 millones de dólares al país para fundar un organismo para el incremento y la difusión del conocimiento” (Lonely Planet de EE.UU.). Ahí es nada.

Antes de nada, alimentamos nuestro "frikismo" pasando por la American Chemical Society.

Después de eso, lo primero que vimos fue la Casa Blanca. Por fuera y con las caras metidas entre las rejas que cercan la finca. Después paseamos hasta el Capitolio. En este trayecto paramos para ver la antigua oficina de correos. Ahora es un centro comercial, pero mantiene la arquitectura de la oficina de correos tanto interior como exterior. Es muy mona y tiene una torre en la que se pueden apreciar vistas de 360o de Washington. Un buen rato después y tras cambiar varias veces las tiritas de los pies llenos de ampollas de Iván, llegamos al Capitolio. Como no se podía entrar, no estuvimos mucho tiempo allí. Es muy bonito, pero yo no pude evitar que la entrada me pareciera la de un hotel de lujo. Sacrificamos entrar en la Biblioteca del Congreso (que dicen que es impresionante y a la que pensamos ir algún día) por ver el resto de monumentos varios. Desde el Capitolio hasta el Washington Memorial (que es el monolito enorme que sale en todas las películas) hay que cruzar el National Mall y la avenida Smithsonian. Allí paramos en el museo nacional de los indios americanos para degustar deliciosos platos regionales. Allí Jorge se lo pasó en grande haciéndose la siguiente foto ante la mirada divertida de uno de los camareros.

Después seguimos hasta el Washington Memorial, al que, por cierto, se puede subir (cosa que tampoco hicimos). Luego vimos el World War II Memorial (en esta zona todo son memorials, como veis), que consta de un conjunto de fuentes representando los cinco océanos o algo así. Y finalmente llegamos al Lincoln Memorial en el que, tras subir trochocientos escalones con ese calor horrible, se disfrutaba de un poco de frescor del mármol con el que está hecha la enorme estatua de Lincoln.

Ya sólo nos quedaba el cementerio de Arlington y el Iwo Jima Memorial (“¡aquí les gusta mucho hacer memorial!”- dice Jorge). El cementerio no está muy lejos del Lincoln Memorial, a unos 30 minutos andando. Hay que cruzar el puente que pasa por encima del río. Los rayos de sol nunca me habían parecido tan verticales y la cosa se estaba poniendo como una sauna de húmedo. Fue un paseo espantoso, la verdad, y ya estábamos bastante cansados.

Nada más llegar al cementerio nos dimos cuenta de que aquello era gigantesco, así que nos compramos tickets para los trenecillos que dan una vueltecilla guiada. En este cementerio se encuentran enterrados todos aquellos americanos que han servido alguna vez en alguna guerra. Entre ellos se encuentra John F. Kennedy. Su tumba fue la primera parada del trencillo, momento en el cuál se puso a llover a cantaros y pudimos, por fin, refrescarnos un poco. Paramos, además, en la tumba del soldado desconocido, donde pudimos asistir a la ceremonia del cambio de guardia, acto extremadamente solemne.

Después de esta visita aun nos quedaron ánimos para visita el Iwo Jima Memorial, que es la escultura tan famosa de los soldados colocando la bandera de EE.UU. Esta escultura se encuentra ya en otra ciudad y otro estado, pero se podía llegar desde el cementerio tras un paseo de 20 minutos. La escultura me impresionó mucho más de lo que me esperaba y considero que mereció la pena el esfuerzo.

Después de esto cogimos un taxi en cuanto pudimos para ir al hotel, ducharnos, cenar e irnos a la cama, ya que a la mañana siguiente salíamos para Philadelphia más o menos temprano y estábamos reventados.

La mañana del domingo, otra vez en China Town, nos subimos al autobús con destino a Philadelphia. En este caso no había revisor, sino revisora, una china que gritaba muchísimo con aspecto de estar enfadadísima. A una chica que no había podido imprimir la reserva pero que tenía el número de localizador, la echó varias veces del autobús: “Out! Out!” sin escuchar su situación. Finalmente la cosa se pudo arreglar, pero en algún momento la cosa pintó fea. Tampoco pintó bien para nosotros cuando insistió varias veces en quedase nuestro billete, que contenía la información necesaria para ir desde Philadelphia a NYC que necesitaríamos después. Afortunadamente, todo salió bien, tanto para la chica sin billete, como para nosotros.

En Philadelphia no teníamos mucho tiempo. No es muy grande, pero queríamos visitar a Rocky, que está un poco lejos. Así que para poder verlo todo cogimos un autobús turístico. Al principio llevamos la guía más loca que uno se pueda imaginar. Más que una guía parecía una animadora, hablaba a todo trapo y se metía con nosotros con soltura. Cuando dijimos que nos bajábamos en la parada de Rocky nos echó una bronca de cuidado diciéndonos que españoles teníamos que ser bajándonos en la parada menos cultural de todas. Nosotros, claro, la mar de orgullosos por este hecho. Parece ser que la estatua de Rocky se donó a la ciudad tras las tres primeras películas. Claro, los donantes esperaban que la estatua se quedara donde la habían puesto para los rodajes, que es en la cima de las famosas escaleras que sube Rocky y que corresponden al Museo de Arte de Philadelphia. Pero a los del museo y a algunos ciudadanos la estatua no les parece lo suficientemente conveniente como para encontrarse a las puertas de un museo de arte, así que la bajaron y la pusieron a un ladito, ante el disgusto de los creadores de tan memorable personaje.

Aparte de eso, en Philadelphia se encuentra el Independence Hall, lugar donde se aprobó la Declaración de Independencia; el Liberty Bell Center, donde se puede ver la Campana de la Libertad; el ayuntamiento de Philadelphia, que es un edificio bastante bonito; el lugar donde vivía Betty Ross, la mujer que se supone cosió la primera bandera de EE.UU. y la tumba de Franklin, político y científico que debía ser todo un personaje. Una de sus características, parece ser, es que era un poco tacaño y en su tumba se dejan centavos en honor a su frase “un centavo no gastado es un centavo ahorrado” (o algo así). El Independence Hall y el Liberty Bell Center forman el llamado Independence National History Park. La mayor atracción es la Campana de la Libertad que se forjó para conmemorar el 50 aniversario de la Constitución de Pennsylvania (estado al que pertenece Philadelphia). Se hacía sonar en ocasiones importantes hasta que se rajó. Tiene unos remaches que suponen un intento bastante cutre de arreglarla, con poco éxito, por cierto. Así que la última vez que se pudo hacer sonar fue para el cumpleaños de George Washington y ahora se exhibe como símbolo de libertad. Si pensáis que es una campana gigante, como de hecho yo me esperaba, estáis, como yo estaba, completamente equivocados. La campana debe medir menos de un metro de alto por otro de ancho, pie arriba pie abajo, así que no me explico cómo se rompió con tanta facilidad. Es evidente que su forja es de poca calidad, lo cual no deja de ser toda una paradoja tratándose de la Campana de la Libertad.

Dándonos por satisfechos con nuestra visita a Philadelphia nos dirigimos ya a coger el autobús que nos traería de vuelta a Nueva York. Este viaje no tuvo ningún inconveniente, sólo un poco de tráfico que el conductor pudo evitar saliéndose levemente de la ruta establecida.