domingo, 12 de julio de 2009

Yellowstone National Park II

Día 6. 11 de junio de 2009.
Este día abandonamos definitivamente la zona de las Mamooth Terraces y emprendimos camino hacia Geyser Country que, como su nombre indica, es donde más geiseres hay dentro del parque. No nos faltó, sin embargo, la ración diaria de cascadas, pues cogimos un desvío de la carretera que nos condujo a las Firehole Falls. Lo de los geiseres es una cosa alucinante. Yo ya había tenido la suerte de contemplar uno en Islandia. Así que pensaba que no me iba a impresionar el hecho de ver más. Estaba equivocado. Ocurre que cada géiser es diferente al resto, y cada uno de ellos tiene características que te gustan más o menos. De modo que no es raro que la gente acabe teniendo su “favorito”. Esencialmente, un géiser es como una olla a presión: Se va llenando de agua que se va calentando (más cuanto más profunda está el agua) hasta que llega al punto de ebullición y todo el vapor de agua quiere salir a la superficie, empujando consigo a cuanta agua líquida haya entre medias. El proceso se repite porque el géiser no deja de recibir agua. Por supuesto, el mecanismo no debe de ser tan simple, porque hay géiseres con frecuencias muy distintas, la mayor parte de ellos con erupciones impredecibles, otros que erupcionan constantemente, y los hay también que dejan de ser géiseres para convertirse en manantiales o viceversa. Hay auténticos fanáticos de esto de los géiseres. Conocimos a un par de “profesionales” que dedican todas sus vacaciones desde hace más de veinte y treinta años a ir a Yellowstone para ver y estudiar los géiseres. Sólo diremos que sus predicciones son más fiables que las de los mismísimos rangers. ¡Si alguna vez vais a Yellowstone y están por allí, no dejéis de hablar con ellos! Además, son súper amables.
Ya decía nuestra guía que es posible que a uno le pique el gusanillo de ver géiseres, y que si ese era el caso, había que dedicarle bastante tiempo. A ambos nos picó, sobre todo a mí, para desesperación de Lidia. Al final, pudimos ver todos los géiseres predecibles más importantes. Quizás los que más nos impactaron fueron el Grand (porque es enorme), el Castle (con una base muy bonita, muy energético), el Great Fountain (erupciona como si fueran fuegos artificiales) y el Riverside (que está a la orilla del río, y que erupciona sobre este). Por supuesto, la estrella del lugar, el Old Faithful, es también muy impresionante, aunque la verdad es que desde donde están los bancos (y los turistas) deja un poco frío. Mejor verlo desde la terraza del Old Faithful Inn.
Precisamente, era el Old Faithful Inn el hotel en el que nos alojábamos esa noche. Nos lo había sugerido Álvaro, y habíamos reservado pese a que la habitación era más cara de lo que llevábamos presupuestado (fundamentalmente porque tenía baño en la habitación). De hecho, era con diferencia la noche que más habíamos pagado por la habitación. No era un mal día, pues, para caminar hasta la extenuación y ver manantiales y géiseres hasta que fuera totalmente de noche, pues tendríamos un merecido descanso. Así que cuando un ruido infernal proveniente del radiador de la habitación hizo que casi no pegáramos ojo desde las 12 a las 5 de la mañana, se entiende que Lidia se acordara de Álvaro y que yo, de muy mala uva, pensara en cómo iba a protestar a la mañana siguiente (“I want my night back!”). Al final, nos devolvieron la mitad de lo que habíamos pagado.

Día 7. 12 de junio de 2009.
De camino a las Fairy Falls, hicimos una parada para contemplar desde lo alto el Grand Prismatic Spring, un manantial enorme de un colorido espectacular. En nuestras fotos nos se ve muy allá, pero si seguís el link, llegaréis a una espectacular. ¡Ojo al tamaño de la pasarela para los turistas!
Tras llegar a las cascadas, muy monas ellas, cogimos el coche para desplazarnos hasta la otra punta del parque, no sin antes pasarnos a ver un par de géiseres que nos habíamos dejado. Uno de ellos (White Dome) se hizo de rogar, para desesperación de Lidia y de unas señoras muy graciosas que no paraban de quejarse de la “profesional” que les había predicho la erupción. Los nervios estaban a flor de piel, probablemente porque, desde donde estábamos, se veían venir un par de tormentas bastante importantes. Finalmente, el White Dome Geyser erupcionó cuando casi todo el mundo había perdido la paciencia y llovía considerablemente.
Durante la tarde vimos las Tower Falls y observamos impresionantes restos de coladas de lava en forma de bonito basalto hexagonal. También vimos un oso negro a una distancia razonable y nos encontramos, por casualidad, con un lobo, lo cual nos dejó tan contentos como sorprendidos. La historia tiene su gracia, porque cuando Lidia le estaba observando con los prismáticos, empezó a correr hacia nosotros. Lidia, que lo veía muy de cerca, se asustó y echó a correr (lo último que se debe de hacer si no quieres líos con la vida salvaje). La consecuencia fue que el pobre lobo se asustó también y ya no le pudimos ver más. Es lo que tiene ser novato y de ciudad.
Finalmente, casi al anochecer, llegamos al cañón del Yellowstone. Aquí, el río Yellowstone ha erosionado el terreno y dado lugar a un cañón tan bonito que parece de mentira. Nos dimos un último paseo a toda mecha, con una luz preciosa. Al final, pude estrenar la linterna que nos habíamos comprado, porque cuando llegamos de nuevo al coche era totalmente de noche. Como casi todas las noches anteriores, no nos encontramos el restaurante cerrado por bien poquito. Esa noche dormimos todo lo bien que no lo habíamos hecho en el Old Faithful Inn, aunque eso no significa que madrugáramos menos al día siguiente.

Día 8. 13 de junio de 2009.
Durante la mañana, nos empapamos de cañón. Lo vimos desde todos los ángulos posibles, visitamos todos los miradores habidos y por haber y dimos paseos, incluyendo uno guiado por una ranger que nos enseñó, entre otras cosas, a buscar en la corteza de los árboles rastros de animales. El comienzo del cañón viene delimitado por dos cascadas impresionantes, las Upper y las Lower Falls. En concreto, estas últimas son dos veces más altas que las del Niágara, aunque ni mucho menos tan anchas. Hicimos también una marcha para poder ver las que, según nuestra guía, son las cascadas más altas de Yellowstone: Silver Cord Falls. Son eso, un cordón muy largo de agua.
Por la noche, volvíamos a estar alojados en el Old Faithful Inn, así que después de visto y requetevisto el cañón, regresamos hasta la zona de los géiseres, por otro camino en esta ocasión. En este viaje paramos en Mud Volcano, donde están los géiseres y lagunas más ácidos del parque, lo cual les proporciona el aspecto más repugnante y tétrico de todos. También hicimos una parada en los rápidos de Lehardy (nombre de un topógrafo al que aquí se le volcó la balsa perdiendo todo lo que llevaba pero salvando la vida). Aquí, en Junio y Julio, sobre todo en Julio, se puede ver a las truchas saltar a contracorriente para llegar al lago Yellowstone. Estuvimos un buen rato bajo la lluvia observando a los nombrados peces que esperan en las piscinillas hasta que encuentran el momento oportuno para saltar. Yo pude ver unas cuantas saltar sin éxito, pero finalmente, una de ellas lo consiguió. Por un segundo se la pudo ver en el aire, con cara muy seria y todo el cuerpo tenso para salvar el desnivel y vencer la corriente. Finalmente llegamos al Old Faithfull Inn. Afortunadamente, esta vez pernoctábamos en una habitación sin baño y el reposo fue mucho más placentero.

Día 9. 14 de Junio de 2009.
Este era el día que abandonábamos el parque. Pero antes deberíamos hacer un par de cosas que nos quedaban pendientes, entre ellas, ver erupcionar un par de géiseres. Cuando fuimos a comprobar las horas aproximadas de erupción, vimos que Daisy iba a hacerlo de un momento a otro. Sin desayunar nos lanzamos a paso de estampida de elefante para recorrer la media milla que nos separaba de este géiser lo más rápido posible. Al final, Daisy se retrasó mientras nos hinchábamos a frutos secos y chocolate a modo de desayuno. Después de la erupción, que nos gustó mucho, volvimos a la zona del Old Faithful para subir al denominado Observatory Hill, que es una colina desde donde se tienen buenas vistas de la plataforma donde están la mayor parte de los géiseres. En la colina está el Solitary Geyser, que solía ser un manantial hasta que a principios del siglo XX lo usaron como fuente de agua para las instalaciones hoteleras y se convirtió en un géiser. Después, ya con el coche, fuimos a ver erupcionar (de nuevo) a Great Fountain. La espera, de dos horas, fue recompensada con las maravillosas primeras explosiones de agua, como fuegos artificiales. Durante todo el proceso, nos hicimos los “profesionales” con un taiwanés que visitaba el parque por tercera vez.
Los últimos géiseres que visitamos fueron el Lone Star Geyser, tras un agradable paseo de media hora (una pena, no lo vimos erupcionar, aunque la base era muy bonita) y todos los que hay en la zona geotérmica del West Thumb. Aquí hay un géiser especial, que está dentro del lago, y en el que los pescadores solían meter los peces recién pescados para cocerlos y comérselos “ipsoflauto”.
Y aquí acabó nuestra estancia en Yellowstone, del cual salimos con bastante pena y una lagrimilla contenida. Poco duró la tristeza porque enseguida llegamos al Grand Teton National Park. Antes de ir a cenar, nos dimos un paseo de hora y media por la orilla del Jackson Lake, con unas vistas extraordinarias de las enormes montañas que componen el parque. Por lo visto, el nombre del Grand Teton viene de los primeros exploradores franceses que vinieron por estas regiones, que debían de llevar sin ver una mujer unos cuantos meses y veían tetas donde no las había... En este paseo, vi la calavera de un oso, aunque no nos enteraríamos hasta el día siguiente, cuando una ranger del parque nos lo dijo. Yo, cuando la vi, pensé que sería de una oveja, y no me pareció que mereciera la pena indicárselo a Lidia.
Esa noche dormimos en una cabaña en la que hubiera habido sitio para un equipo de fútbol, más el trío arbitral.

Día 10. 15 de Junio de 2009.
Por la mañana, después del copioso desayuno, nos dirigimos hacia el lago Jenny. En el camino, paramos en un hotelazo con unas vistas al lago Jackson impresionantes, donde tenían organizada una boda mirando al lago y las montañas. Muy bonito. Ya en el lago Jenny, cogimos un barco que nos cambió de orilla y desde la que empezamos una marcha que nos debería llevar al Lake Solitude. En general, el parque del Grand Teton está más alto que Yellowstone y, conforme fuimos ascendiendo, nos fuimos encontrando con más y más nieve. Además, llegado un momento se puso a granizar, así que decidimos que el Lake Solitude seguiría solitario y que nosotros nos dábamos la vuelta. Además, íbamos muy justos para coger el último barco de vuelta (que era casi de madrugada, a las seis de la tarde...). Aunque no pudimos acabar la marcha, el camino fue muy bonito, con unas vistas de los “Tetones” impresionantes. Sin rastro de alces, eso sí.
Emprendimos el camino de vuelta a Salt Lake City. La idea era ganar unas horas de viaje para tener algo de tiempo el día siguiente para ver alguna cosa en la capital de Utah y sus alrededores. Para hacer el viaje más emocionante, y para cabreo de nuestro GPS, evitamos la autovía general y nos metimos por carreteras secundarias, lo que nos dio pie a conocer la América profunda. No nos arrepentimos en absoluto. Los paisajes fueron espectaculares, y pudimos comprender por qué la gente quiere tener pistolas en su casa y por qué es esencial que las familias sean numerosas. Ser hijo único en un pequeño pueblo de Wyoming no creo que sea nada, nada saludable...
Tras pasar por París y Génova (esta última parecía estar compuesta sólo de una enorme iglesia y una escuela, pese a que el cartel decía que había 100 habitantes), llegamos a Montpellier, un pueblo más grande, con algún restaurante, gasolineras y hoteles. Pensamos en dormir en un motel con pinta muy siniestra, pero nos acobardamos y acabamos en otro con menos pinta de película de Hitchcock. Cenamos en un establecimiento que tenía tienda, restaurante y saloon todo en uno.

Día 11. 16 de Junio de 2009.
Como colofón a nuestras vacaciones, nos dimos un baño en el Lago Salado y visitamos el Templo de los Mormones. Lo primero fue bastante repugnante. El lago en sí es bonito, pero sólo si lo miras de lejos. Cuando te acercas a la orilla, te das cuenta de que está cubierto con una capa de mosquitos que da un poco de asco. Sobre todo porque, cuando pisas (y vas descalzo, porque te quieres meter al agua), se levanta una nube de mosquitos y sabes que no todos se han podido escapar y has espachurrado bastantes. Afortunadamente, no pican, aunque nosotros en el momento no lo sabíamos. La gracia de meterse en el lago es que tiene mucha sal (¿alguien lo dudaba, dado el nombre del lago?) y, por tanto, su densidad es muy alta. En otras palabras, que no te hundes. El problema es que, para llegar a una zona que cubra un poco hay que andar bastante. Y el agua es de todo menos clara. Y eso de no ver donde pisas habiendo tantas piedras... no se lleva muy bien. Finalmente, cuando nos cubría por los muslos, nos envalentonamos, nos dejamos caer y estuvimos jugando un poco a ser Arquímedes. La verdad es que la sensación de que te flote el culo es interesante. En definitiva, que lo pasamos bien y mereció la pena.
En España, ¿cuántas veces no hemos rehuido de los chicos jóvenes y generalmente bastante atractivos que, en parejas, intentan venderte la religión de los mormones? Pues en Salt Lake City nos metimos en la boca del lobo. Fuimos a visitar el “Vaticano” de los Mormones. Allí es en el único sitio que yo he estado en EEUU que te hacen una visita guiada en el idioma que tú desees, y gratis, además. Eso sí, al templo no se puede entrar porque es sagrado y sólo pueden entrar mormones que hayan alcanzado cierto grado de madurez religiosa. Por supuesto, te cuentan, a partes iguales, la historia del lugar y las bondades de su religión, a ver si te enganchas. Nos tocaron dos chicas que parecían la mar de felices, sobre todo una. A nosotros no nos convenció mucho esto de que Jesús, una vez resucitado, fuera a América a predicar a los indios, y que un profeta llamado Mormón y su hijo Moroni dejaran escrito un libro en unas tablas que, en el siglo XIX, encontró un tal Joseph Smith que, por mediación divina, las tradujo al inglés (lo que es el libro del mormón) y formara esta nueva Iglesia. De momento, los mormones cuentan con más de 13 millones de seguidores en todo el mundo.
Y con la visita al Temple Square acabaron nuestras vacaciones. Ya sólo nos quedan unos 37 estados por visitar en los próximos dos años. ¡Se admiten apuestas!