lunes, 26 de mayo de 2008

El ocio

En esta entrada os contaremos los momentos de ocio y turismo de los cuales ya hemos disfrutado estos días. Esperemos que ahora que por fin tenemos hecho casi todo lo imprescindible, en lo que a la supervivencia y alrededores ser refiere, podamos dedicarle más tiempo a organizar y ejecutar excursiones de órdago.

El primer domingo que pasamos aquí ya lo aprovechamos para dar una vuelta por la ciudad. Optamos por el plan que nos había recomendado Álvaro: bajar a la parte sur de Manhattan y allí coger el Ferry de Staten Island, que pasa muy cerca de la Estatua de la Libertad. Salió un día maravilloso, y, ciertamente, el plan mereció la pena. Es impresionante irse alejando de Manhattan, hasta llegar a un punto en el que los enormes rascacielos parecen una maqueta de juguete (foto).

Y ver de cerca la Estatua de la Libertad (foto) nos hizo darnos cuenta de que, en verdad, estábamos en Nueva York (y lo que nos quedaba). Por Staten Island dimos un paseo, parte del cual compartimos con un gran pelotón ciclista. El borough de Staten Island, forma, junto con Manhattan, Queens, Brooklyn y el Bronx, la ciudad de Nueva York. A falta de conocer el resto, creo que Staten Island debe de ser de los más tranquilos, aunque tampoco hay mucho interesante que hacer por allí, que sepamos. Cuando llegamos de vuelta a Manhattan, era ya la hora de comer. El embarcadero del ferry está situado en el Battery Park, y allí nos zampamos un sándwich tostándonos al sol. El plan de Álvaro incluía coger Broadway y tirar todo para arriba. Eso hicimos, maravillándonos de la altura que alcanzan los edificios, que hace que la calle parezca mucho más estrecha de lo que su nombre daría a entender. Nos desviamos para sobrecogernos en la zona cero, una explanada bestial totalmente en obras. Mientras la rodeábamos, nos dimos cuenta de que era el día de la Madre, así que nos marchamos a casa para llamar a nuestras respectivas antes de que fuera demasiado tarde. Eso sí, nos dio tiempo a pasar por el barrio chino, con mercado incluido, y llegar hasta el Soho. En definitiva, que todavía nos queda mucho Broadway que recorrer, pues ya no hemos vuelto por allí.


El sábado siguiente, por cosa de las labores del hogar, sólo pudimos salir por la tarde. Decidimos acercarnos a Times Square. La verdad es que es alucinante acercarse a una plaza donde absolutamente TODO es publicidad (foto). Las fachadas están llenas de televisiones enormes emitiendo anuncios y thrillers. Allí nos llevamos la primera decepción de Nueva York y es que, aquí, en los Starbucks parece que no venden muffins. Hubo que contentarse con una galleta enorme y un bizcocho. Por cierto, yo (Jorge) os diré que todavía no he sido capaz de tomar una bebida caliente a la americana sin abrasarme la lengua. Ese día también me quemé. Ya hemos visto que los muffins los venden en otras cafeterías de menor renombre.

Esa tarde también caminamos por Broadway, pero el trozo correspondiente a Times Square y el que lleva hasta un poco más al norte, hasta donde comienza central Park. La ciudad de noche es también algo para ver. Eso sí, en cuanto se aleja uno de Times Square se reduce el bullicio a menos de la mitad.
Al día siguiente fuimos a casa de Emilio y María Luisa, que tuvieron a bien invitarnos a comer. Para los que no los conocéis, Emilio hizo la tesis en el departamento de Bioquímica, como Jorge, y está ahora de post-doc por estas tierras, en el hospital de New York University. María Luisa es su mujer. Ellos viven cerca de la calle 33 (nosotros en la 119, es decir, en la otra punta de Manhattan). Decidimos ir dando un paseo por Central Park hasta que nos cansáramos. Así que entramos en Central Park por el norte y salimos por el sur. Conclusión: nos cruzamos el parque entero. La verdad es que mereció la pena. A medida que nos acercábamos al sur, el parque estaba más lleno de gente haciendo picnic en las praderitas. Nos gustaron especialmente las vistas que hay desde el lago de Jacqueline Kennedy Onassis, desde donde se identifica alguno de los edificios protagonistas de los Cazafantasmas (foto). Además, había mucha gente haciendo deporte. Es un parque genial y todavía no hemos visto ni la mitad, yo creo. Habrá que hacer un tour en bici para poder inspeccionarlo a fondo. Cuando salimos de allí cogimos la quinta avenida (dejamos las compras en Tiffany’s para otro día, y es que se nos hacía tarde) y llegamos hasta la calle 33. Pusimos a prueba nuestras cervicales mirando hacia lo alto del Empire State, que parece menos alto de lo que es porque los edificios de al lado no son precisamente pequeñitos. De puerta a puerta, tardamos unas dos horas y media en llegar a casa de Emilio. Como nos parecía poco, luego nos dimos un paseo ambas parejas por el barrio universitario de Washington Square (muy bonito) y por el Village (muy cuco). La verdad es que todo nos gustó muchísimo, incluido el elevado número de sitios para hacer brunch que pudimos detectar. Mmmmmmmmmmmm... eso del brunch tenemos que probarlo.


Además de pasear un montón, Miguel nos ha llevado a conocer un restaurante tailandés y una heladería muy recomendable en la segunda avenida, a la altura de la calle 95. Eso, y sendos paseos por los parques cercanos a nuestro hogar, Morningside Park (foto) y Riverside Park, fue lo único turísticamente destacable que hicimos el fin de semana pasado; el resto fueron compras, limpiezas, y comeduras de cabeza con problemas informáticos varios (es que fue poner internet en casa y dejar de tener internet. Increíble. Tan increíble como que, desde el lunes, y sin hacer nada, no hayamos tenido ningún problema más). Ambos parques son muy agradables, en ellos se puede practicar deporte, y sin duda los visitaremos a menudo, siempre que ir a Central Park nos dé pereza (y ya tiene que ser mucha, porque está a menos de veinte minutos andando de casa).

En cuanto a este fin de semana, hemos tenido dos planes excepcionales. El viernes nos invitó a cenar a su casa un profesor del departamento de Jorge, Rafael, que es español. Lo pasamos estupendamente con su familia (su mujer, americana y sus dos hijas pequeñas) y con una amiga suya, María, que también vino a la cena.

Ayer celebramos el festival de Eurovisión en casa de Miguel, con un grupo de americanos que nunca habían vivido esa experiencia. Además de ellos, éramos cuatro españoles, dos israelíes y un inglés (esto parece el comienzo de un chiste de los buenos). En fin, esta fiesta fue indescriptible. Duró desde las tres de la tarde hasta las doce de la noche, por lo menos. Memorable (sobre todo por los mojitos que hace Ramón, el compañero de piso de Miguel). Y es que no sólo nos tragamos todas las actuaciones y las votaciones (ver foto en la que animamos a

nuestro representante), sino que hicimos una porra (que sospechosamente ganó Miguel), buscamos en YouTube otras actuaciones memorables (principalmente españolas) ocurridas en el festival, Azúcar Moreno incluidas, y también pudimos conocer que, en el Reino Unido, existe la teoría de que Franco amañó la edición que ganó Massiel, en claro perjuicio de los británicos que cantaban “Congratulations and celebration” (existe un documental que se puede ver en YouTube que da pruebas contundentes). Nuestro orgullo patrio no quiso aceptar lo que parece obvio. ¿Qué sensación os da a vosotros? También nos pasamos nuestras buenas horas sacando a la luz, gracias a YouTube, y en plan reto “A ver quién la tiene más grande”, vídeos del pasado que hubieran envejecido mal. Dimos con unos cuantos grandes, y eso que no sacamos el arsenal español que podría estar compuesto por Locomía, Miguel Bosé, King África o el del Opá, te vi a hacé un corrá. El top three de la noche estaría compuesto por los siguientes vídeos (si tenéis un ratico, no dejéis de verlos):


En tercer lugar, una interpretación bestial de Star Wars:
http://www.youtube.com/watch?v=Wffwg7pA0t8
En segundo lugar, el Bertín Osborne americano:
http://www.youtube.com/watch?v=pgX-hiQdfFw
Y en primer lugar, no sé, vedlo vosotros, es indescriptible:
http://www.youtube.com/watch?v=7_rBidCkJxo


Hoy hemos vuelto a pasear por Central Park. Poco, pero esperamos mañana empaparnos un poco más de la ciudad. Nos hemos encontrado con un mapache gordo que acababa de robar una bolsa de basura y estaba pasando las de Caín para saltar la valla de vuelta a lo verde. En la foto, le veréis engullendo su botín.
A ver si nos empollamos la guía nueva que nos hemos comprado y podremos contaros más cositas de la ciudad en la que vivimos ahora.

martes, 20 de mayo de 2008

Para tranquilidad de nuestras madres

Antes de venirnos para aquí, la gente nos advertía de lo mal que íbamos a comer. Hay una especie de miedo colectivo entre los españoles hacia la gastronomía en lugares extranjeros, y en particular en EE.UU. En su mayoría, los ibéricos, siempre se quejan de lo mal que se come fuera de España. Y, además, cada vez que sales hacia un país no mediterráneo, te amenazan con el “allí no hay aceite de oliva” y ese es un mal insuperable, claro.

Este, en general, no ha sido un problema en ninguna de nuestras salidas de nuestro país gastronómico de origen. Ni tampoco está siendo un problema severo por aquí. Evidentemente, si se dedica uno a cebarse con comida rápida tipo hamburguesas y pizza margarita (que por cierto, Pili, es cierto, ¡qué buena está!) acaba uno en Corporación Dermoestética solicitando una reducción de estómago. Sin embargo, si se acude al supermercado y se surte uno de los bienes necesarios, pagando lo que sea menester, puede uno cocinar en casa lo que más le guste e, incluso, probar recetas nuevas.

Desde que llegamos lleva Jorge empeñado en cocinar unas lentejas. Los condimentos para este delicioso manjar no son del todo difíciles de encontrar, excepto por el chorizo que hay que añadirle a este plato, según Simone Ortega y algunas madres. Los manjares ibéricos tienen por estas tierras unos precios desorbitados. Aun así, lo que hemos encontrado no es del todo apropiado para las lentejas. Según el chef, están demasiado curados. Así que, aunque no nos hubiera importado dejarnos el sueldo que todavía no ganamos, no encontramos un chorizo adecuado para preparar las tan ansiadas lentejas.

En una de nuestras visitas a un supermercado del barrio, se queda Jorge mirando los embutidos con gesto pensativo. Finalmente se decide por uno: peperoni. ¡El chef ha decidido preparar las lentejas con peperoni! Yo me reservo mis dudas ante esta extravagancia del cocinero que cierto día preparó, llevado por el mismo ímpetu innovador, unas albóndigas de chocolate de dudoso gusto.

Ese mismo día, encontramos unas salchichas de aspecto suculento. Su origen: Italia. Y ya se sabe que los mediterráneos confraternizamos unos con otros, así que, con nosotros que se vinieron a nuestro hogar.

El sábado pasado decidimos preparar las salchichas de aspecto agradable. Digo de aspecto, ya que al probarlas nos encontramos que estaban condimentadas con anís. Éste les daba un sabor tan intenso que apenas sabían a carne. Estaban tan malas que ninguno de los dos pudimos dar cuenta de ellas. ¡Y bien es sabido que somos un par de tragaldabas! Eso sí, entre los dos, cayeron más de dos (aunque no llegaron a ser tres). Cuando Jorge las probaba, le daban un asco terrible. Pero hete tú ahí, que al mirarlas, por su agradable aspecto, le daban ganas de comérselas, olvidando el asco recién experimentado. Y así cíclicamente. Por eso no sobraron tantas como debería.

El domingo nos arriesgamos con las lentejas con peperoni. La cosa estaba emocionante. Ved vosotros mismos el resultado:


domingo, 18 de mayo de 2008

¡Perdemos el Norte!

Pues sí, sí, es cierto, esta semana el blog ha estado de capa caída. Por lo menos esto ha facilitado que algunos de vosotros os pusierais al día y a nosotros nos ha permitido entrar en barrena por completo.

Y es que no todo va a ser pan y rosas. El jueves día 8 de mayo, el nuevo Ministerio de Ciencia e Innovación tuvo a bien publicar los impresos necesarios para solicitar una beca post-doctoral. Esto, que en principio es buena noticia, ya que llevábamos a la espera desde el 22 de abril (ya le vale al ministerio) introduce siempre un grado de estrés en la vida de los solicitantes, sobre todo cuando está uno a cierta distancia y cuando depende de gentes no castellano-parlantes que además no entienden la burocracia española.

Por otra parte, ambos teníamos que preparar una charla para el próximo lunes 19 de mayo. Esto, sin ser tampoco muy importante, es un elemento adicional de agobio: que si “tengo que traducir la charla”, que si “este inglés mío oxidado”, que si “envíame un título y un resumen e invito a más gente del departamento”... En fin, que la cosa se pone emocionante.

A esto hay que añadirle la emoción de no saber qué va uno a hacer aquí, que no sabe uno cómo funcionan las cosas, véase, dónde pido el material, cuál es el código de la impresora que puedo usar, si hay que pedir audiencia a la secretaria para poder hablar con el director del departamento.

Además, yo, Lidia, aún no tengo cobertura sanitaria. Ante mis dudas, mi jefe me ha dicho que espera que no me pase nada (qué cachondo el tío). Jorge está quemado porque yo pedí el número de la seguridad social una semana después que él y yo ya lo tengo, mientras él sigue a la espera. En las reuniones de grupo no podemos participar demasiado, pero la presión de tener algo para decir está presente toda la semana y, encima, el Zaragoza acaba de bajar a segunda (esto no ayuda para la recuperación de Jorge, que ahora mismo se ha ido a servir las lentejas deprimidísimo).

Y luego claro, los miedos clásicos de no saber si ha hecho uno bien, si las cosas van a ir como a uno le gustarían, etc.

En fin, que por nada en concreto y por todo en general, esta no ha sido, ni mucho menos, la mejor semana de nuestras vidas. Sin embargo, que no se asusten los familiares y amigos, que estamos (o estaremos en breve) fenomenal y volveremos con más anécdotas Jorge-Lidia-Lidia-Jorge que sabemos que os gustan.

sábado, 10 de mayo de 2008

De cómo poner furnitura en casa

Como habréis podido comprobar, los primeros días en Nueva York consistieron en ir cumpliendo con distintas obligaciones en orden aproximado de prioridad. Con los papeles laborales en marcha, lo siguiente con lo que tocaba enfrentarse era amueblar el apartamento. Y lo fundamental era hacerse con una cama. Entre las recomendaciones de nuestros asesores estaba la opción de comprar el somier en IKEA, que salen muy baraticos, y el colchón en un establecimiento denominado Sleepy’s, de mayor calidad. Lo que ocurría es que para ir al IKEA (a tomalpolculo) había que esperar al fin de semana, que es cuando hay medio de transporte para ir gratis y relajaos. Así que preferimos comprarlo todo en Sleepy’s, aunque saliera un poco más caro. Además, ¿quién iba a dormir tranquilo en un somier montado por servidores? Así que nos encaminamos para Sleepy’s, el jueves por la tarde.

Nuestro primer contacto con el estilo americano de vendedor nos dejó impactados. Según entramos, acobardadillos, en la tienda, un salón inmenso lleno de camas, una dependiente se dirigió a nosotros en tono tan amable como elevado, en parte justificado porque mediaban unos diez colchones entre ella y nosotros. Dijo algo así como BIENVENIDOS A SLEEPY’S, PROFESIONALES EN SU DESCANSO. ME LLAMO LAURA NO SÉ QUÉ Y ESTOY AQUÍ PARA ASESORARLES EN TODO LO QUE NECESITEN. Además, era grande la jodía, o por lo menos yo la recuerdo así. No había opción a decir un “sólo quiero mirar, gracias”. Ni cinco segundos en la tienda y ya estábamos completamente a su merced. Así que optamos por un “Queremos comprar un colchón”. Y ya entramos en materia. “Más bien firme o más bien blando”. “Más bien firme”. Acto seguido estábamos tumbados en diferentes colchones, pues ya los tienen preparados para que te puedas acostar sin peligro de mancharlos con los zapatos, gracias a unos plásticos muy bien puestos (¡lo que me acordaba de ti, Nani!). El tema del somier ya resultó más complicado, pues aquí se estila un tipo de cama que, como poco, no es tan frecuente en España. Se trata de que los somieres son muy bajos, y entonces, para ganar altura, se usa una tercera pieza denominada “box”, que se coloca entre el somier y el colchón propiamente dicho. Esto implica que la cama tenga tal altura que una caída implique rotura de cadera (y que la hembra de esta pareja tenga que usar piolets para subirse). La conversación que mantuvimos para enterarnos de lo que era el “box”, lo que era el “platform” y lo que era el “mattress”, y los precios de todo ello, fue para grabarla. Creo que se nos pasó de rosca la boina, con eso lo digo todo. El momento cutre llegó cuando elegimos un colchón y nos dijo el precio. Ahí ya dejó de parecenos tan cómodo, así que oiga, enséñenos otro. Elegimos otro y, aunque la cosa nos parecía un poco cara, aceptamos. Eso sí, pasamos antes por una fase de regateo en la que, ante nuestras dudas, nos preguntó que cuánto estaríamos dispuestos a pagar por el somier, que valía $300. Jorge dijo que $200, pues eso es lo que creía que costaba en IKEA (en realidad eran $150). Y dijo, ¡¡HECHO!!, “sometimes it works”, mientras taladraba el papel subrayando la cifra. ¡Todo fuera por tener una cama cuanto antes! Al día siguiente, nos trajeron todo el material, nos montaron la cama y en seguida pudimos hacer la foto que aparece a continuación, y que bien se podría titular “Equis Arial 12 Negrita reposa”. Os diremos que la X Arial 16 cabe justica.


A lo largo de la primera semana, además, anduvimos a la búsqueda de otros materiales de primera necesidad. Dicho sea de paso, Almudena, en nuestra casa entraron antes la escobilla del váter y la cortina de ducha que la silla de no Le Corbusier. A esta ferretería, que se encuentra muy cerca de Columbia, hemos ido como cuatro veces en días consecutivos (luego ya no y tenemos un poco de mono). La verdad es que es un paraíso de cachivaches. Quien haya visto “La Sirenita” y recuerde el rincón secreto de la misma lleno de cositas, se hará una idea de cómo es esta ferretería. Pasillos estrechos y altos llenos de cosas, casi todas útiles. Para empezar hemos llenado nuestros armarios con organizadores donde colocar nuestras camisetas, dado que los armarios sólo contenían una barra metállica. Las perchas para colgar en estas barras, también las compramos en la ferretería. Además, allí nos hemos agenciado los utensilios de cocina, véase cubiertos, vasos, ollas y sartenes. Esto nos permitió el viernes por la noche calentar un chili con carne que nos había sobrado el día anterior y tener nuestra primera cena hogareña. Como se puede ver en la foto, ésta no fue muy digna, dado que se llevó a cabo en el suelo. Pero así han sido nuestras cenas hasta ayer.


Y es que ayer comenzaron las obras. No, no es un arranque a lo Gallardón en plan cavar zanjas en nuestro salón. Es que ayer empezamos a montar los muebles que nos habían traído del Ikea. Al Ikea fuimos el sábado pasado (3 de mayo). Por todos es sabido que el Ikea es un invento de algún Satán sueco para romper parejas bien o mal avenidas. Pero allá que fuimos con mucha ilusión (como se ve en la foto). Nos subimos al autobús que lleva al Ikea. Hay que decir que este comercio por aquí no es ta infernal como los que hemos visitado en España. Primero, hay gente, peso se puede respirar sin demasiado problema; segundo, el ruido no es infernal; y tercero y lo más importante, cuando uno llega al autoservicio de la mercancía encuentra lo que ha apuntado en el papelito que tan amablemente le suministran a uno al comienzo. Así que compramos todo lo que necesitamos. Como podéis apreciar por la ilustración, aquello no podíamos llevarlo en el autobús y, mucho menos, en el metro. Con lo cual hubo que contratar el “delivery” que viene a significar “sí, yo te lo llevo pero dame tus riñones”. La cosa nos salió por la nada despreciable suma de $109 (sólo el “delivery”). Y éstos no son como los del Sleepy’s, éstos dejan los bultos y se van. Cuando volvíamos a casa íbamos también contentos, pero, como también se puede ver en la foto, un poco menos sonrientes.


La mercancía se hizo de rogar hasta el jueves, pero llegó en perfecto estado y no faltó nada. El montaje, que ha tenido lugar durante la tarde-noche del viernes y durante la mañana del sábado, se puede ver retratado, junto con nuestro actual estado mental, en el siguiente vídeo:


Por fin podemos comer de manera digna, sentados a una mesa y no arrastrándonos por el suelo cual alimañas. Volvemos a sentirnos pues tan humanos como antes (que cada uno interpete si eso es mucho o poco).


Las visitas a la oficina de la Seguridad Social

Según Jorge

Una de las primeras cosas que debes hacer cuando pretendes trabajar en los EEUU es conseguir un número de la seguridad social. A posteriori, hemos comprobado que este número te es requerido para casi todo, incluso para tu vida extralaboral, y es que yo creo que aquí funciona un poco como nuestro número de DNI. Pues bien, para la oficina correspondiente de la seguridad social me encaminé en nuestra segunda mañana en Nueva York. Lidia habría de esperar hasta la semana siguiente por ciertas demoras en su universidad que ahora no vienen al caso. La oficina está situada en el 55 West de la calle 125. Esto es, en el medio de Harlem. Ergo, había que darse un paseíto y atravesar unas cuantas manzanas de la calle 125. Afortunadamente, como se rumoreaba, Harlem ya no debe de ser lo que era, y en ningún momento pasé miedo. Eso sí, os aseguro que no creo que el porcentaje de blancos que había en la calle fuera superior al 5%, y de ellos, el 95% eran hispanos. Es decir, que un poco el cante sí que debía de dar yo allí, tan blanquito y con la cartera de piel que me regaló mi madre (ver foto). Una de las cosas que más me sorprendió es que me parecía ver cochazos por todos los lados. Luego, me di cuenta que todos eran de la misma marca, y que, en general, iban conducidos por un afroamericano y transportaba otros afroamericanos en la parte trasera (normalmente, además, afroamericanas). No creo que los conductores fueran familia de la conducida, así que la cosa pintaba a chófer. Estos coches son grandes, generalmente oscuros y con los cristales tintados, y si hay una palabra que me venga a la cabeza en relación con ellos, esa es “mafia”. No creo exagerar si digo que uno de cada cuatro o cinco coches en esa zona de Harlem es de ese tipo. Ahora me queda la duda de si son buenos coches de verdad (y caros, por tanto), o si son tartanas que los Harlemeños usan para fardar absurdamente, pero que no valen lo que parecen. Espero que de entre los lectores de este blog, saldrá algún entendido en coches que me ayudará a resolver la duda. La clave es que ya pude encontrar la marca (comprenderéis que me costó porque no me quería quedar mirando a los cochecitos en cuestión y mosquear a Jeffrey); se trata de Lincoln.

Pues bien, entre coches Lincoln, arquitectura de Harlem, puestos callejeros y algún que otro colgado por la calle, llegué al edificio en cuya sexta planta se sitúa la oficina de la seguridad social. Cuando entré, supe que no podía estar en otro sitio que no fuera en una oficina de la seguridad social, y es que sigue el mismo patrón que cualquier otra oficina burocrática española. La sala de espera con las sillas en tándem, las ventanillas de metacrilato, el segurata que te dice qué tipo de ticket tienes que sacar, los folletos informativos, etc. Por supuesto, también estaba el típico panel electrónico que te va avisando del número que están atendiendo. En este punto, hay una variación con respecto a una oficina española. Y es que, en España, generalmente el panel informa tanto del número de ticket que están atendiendo como de dónde lo están atendiendo. Aquí, el donde, lo decían a viva voz, ayudados por un micrófono. Después de esperar hora y pico hasta que me llegó el turno, me tocó ir a la ventanilla de un funcionario afroamericano bastante borde. Desde que le vi, intuí que iba a tener algún tipo de inconveniente. En efecto, lo tuve. ¡Cómo iba allí el 30 de abril siendo que en mi visado dice que empiezo a trabajar el 1 de mayo! En definitiva, que tenía que volver el día siguiente.

Y eso hice, sólo que con la lengua quemada tras un desayuno en el Dunkin Donuts. Me di otra vez el paseo, equivalente al del día anterior, entré en la misma oficina, vi al mismo tipo de gente (algún que otro afroamericano perjudicao) y esta vez me tocó un funcionario anglosajón grande, pausado, que me hizo los documentos necesarios por triplicado, pues por dos veces detecté un error y lo tuvo que repetir. Y aquí acaba la historia (espero) de mis excursiones a la oficina de la seguridad social. Por supuesto, todavía no tengo el número, porque aquí el trámite dura entre 4 y 8 semanas, pero quizás con un justificante que me han dado de que he solicitado el número pueda cobrar a fin de mes...

Según Lidia

Pues allá que me iba yo, dispuesta a encontrarme con la burocracia más burócrata del país. Me paseo la calle 125, que Jorge ya ha descrito tan bien, claramente un poco fuera de lugar entre el gentío. Tras varios Lincoln, un hombre contando un fajo de billetes y algunos pandilleros, entre otras gentes más normales, llegué a la oficina de la seguridad social. Allí seguí las indicaciones que me había dado Jorge para no perder ni un minuto, al estilo de Álvaro (este chico es de lo más efectivo cuando quiere). Total, que allí estaba yo sentada, viendo los números y escuchando las ventanillas. Aparte de los números, había a quien le llamaban por el nombre y apellidos y cruzaban una puerta que accedía al otro lado de las ventanas de metacrilato. Mi número era el 312, íbamos por el 301. Me enteraba de todo: “Nº 302, ventanilla 3”, “nº 303, ventanilla 2” y así sucesivamente. Cuando ya llegábamos por el 309 estaba yo en posición de ataque, con todos mis sentidos puestos en no dejar pasar el número de mi ventanilla (entre las dificultades del idioma y que los micrófonos distorsionan el sonido, la cosa a veces se pone chunga). En estas estaba cuando noto que algo me roza el brazo. Cuando miro es un sobre que se le ha caído alguien, lo cojo, miro a mi alrededor, un hombre señala a otro señor diciendo que es suyo. Cuando le miro veo que está atravesando la puerta que acede “al otro lado” y que esta comienza a cerrarse. Miro la pantalla: el 313, ya no hay remedio. Me lanzo a la puerta que no me atrevo a atravesar por no violar nomas de seguridad que me hagan dar con mis huesos en una celda. Un burócrata del otro lado me mira intrigado y yo, con medio cuerpo dentro, pero sin pisar, para dejar claro que aún no he entrado, le doy el sobre y le digo de quién es. Solucionado, pero... ¿habré perdido mi turno? Por fortuna, la cosa va rápida y puedo preguntar en qué ventanilla me toca, mientras otro afroamericano grita en un micrófono “¡¡¡por favor, estén atentos sus números!!!”.

Llego a mi ventanilla. Allí me atiende una chica muy maja que responde a todos los tópicos de series de afroamericanos que hayamos podido ver. Por cierto, una manicura francesa preciosa, con la parte que se supone que va en blanco en un fucsia nuclear impresionante. A mí me han dicho que tardará dos semanas. No sé, no sé. Lo peor es que no puedo tramitar mis papeles con la Research Foundation (lo que para los científicos españoles es la FECYT) hasta que no tenga el número. Conclusión: que no cobro el mes de mayo. Esperemos que paguen atrasos. Eso sí, trabajar, ya estoy trabajando.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La silla de no Le Corbusier

Miércoles 7 de mayo del presente año (2008 para más señas). Una semana y dos días después de nuestra llegada, por fin tenemos nuestra primera silla.

Posibles usos: recreo de escenas machistas.


lunes, 5 de mayo de 2008

Desmitificaciones

Por todos es sabido que existen, entre el viejo y el nuevo continente, enormes diferencias. De hecho, corren al respecto en la antiguamente todopoderosa España rumores varios. De estos, a nosotros, viajantes, nos llegaron diversos, como por ejemplo, que era harto difícil encontrar por estas tierras prometidas utensilios de limpieza tales como una bayeta vileda, o similar paño absorbente, o una fregona, cuya invención enarbola con orgullo el pueblo español. Además, decíase por aquellas tierras de la vieja Hispania que la tecnología de las comunicaciones telefónicas sin cable era increíblemente barata. Que se podía conseguir, pues, un artilugio para dicha comunicación por el increíble precio de ningún dólar, o lo que es lo mismo, 0 euros, con un contrato para tales menesteres. También comentan algunos paisanos nuestros que la eficiencia en los trámites americanos es incomparablemente superior a la ibérica.

Una vez arribados a estas tierras, guardábamos estos rumores como ciertos e indiscutibles. Nos disponíamos pues a afrontar las claras desventajas del sistema de higiene americano, así como disfrutar de las claras ventajas de la comunicación inalámbrica y de la burocracia eficiente de este país de sueños y esperanzas para muchos. Increíble sorpresa fue la nuestra cuando, al pronto de entrar en la primera ferretería que hallamos, nos topamos, sin buscarlo, con una bayeta, que no vileda, pero sí convenientemente absorbente. “¡Modernizado se han los americanos, pues!” clamábamos sorprendidos, “¡qué gran suerte la nuestra!”. Y mientras saltábamos y clamábamos de júbilo por este inesperado hallazgo, vislumbramos una fregona con palo incluido. Restregamos nuestros ojos por si aquello pudiera ser un espejismo o ilusión. Sin embargo, allí se encontraba tan útil utensilio, y ni aun pellizcando nuestras carnes desaparecía de delante de nuestros ojos. Agarramos pues el artefacto (prueba ésta final de su existencia física) y salimos tan contentos de la amigable y completa ferretería (“University Housware”, para más señas).

Si tan fácil había sido encontrar estos complejos utensilios que, paresce ser, no eran tan frecuentes de encontrar, conseguir comunicación sin cables se nos presentaba como una tarea ínfima y económicamente muy rentable. Sin embargo, conseguir esta comunicación con una compañía llamada “AT & T” implicaba un depósito por nuestra parte de 500 $ por cada res (una es Jorge, otra soy yo) debido a la carencia total de crédito de que disponemos en este país. Además, el artilugio telefónico que supuestamente habíamos de conseguir por apenas ningún dólar, resultó costar (por ser nos quienes somos y por haber vendido nuestra alma y casi nuestro ADN a la correspondiente compañía) 50 dólares cada unidad (una para cada res). Se nos hacía incomprensible cómo podían acontecer estos hechos si, amigos sabedores de estas cuestiones nos habían adiestrado en lo contrario.

Finalmente, parecía ser cierto el rumor de que los trámites administrativos volaban como el viento. En la universidad llamada Columbia, la rapidez y efectividad era extrema. En cinco minutos cortos, se podía resolver cualquier menester. Así que, esperanzada, me lanzo a solventar mis cuestiones en la universidad que ha tenido a bien darme trabajo. Dicha universidad, pública, para más señas, tiene entre su plantilla diferentes individuos. Unos más amables, otros menos. Practican una variación curiosa del inglés americano, digamos que es un dialecto del conocido barrio de Harlem. Aquí todo tarda más. Eso sí, se hace con eficacia, pero cada cosa en su momento, esperando los tiempos necesarios. Lo mismo ocurre en la oficina que suministra números para la seguridad social (bien preciado que se solicita en todos los documentos), acerca de la cual se hablará largo y tendido en sucesivas comunicaciones.

Moraleja es pues de esta historia, que hay que viajar a las tierras para tener las propias vivencias. Así se podrán completar con vivencias ajenas y se tendrá un mejor conocimiento de todo lo que en estas tierras acontece.

domingo, 4 de mayo de 2008

La "instalación"


El día 29 de abril, el día después de nuestra llegada (y de nuestra partida), habíamos quedado con Raúl, mi compi de laboratorio, en Columbia, para hacer algunos trámites, incluido la firma del contrato de alquiler de nuestro piso. Yo, pese a la paliza del día anterior, me desperté muy temprano, y esperé a que el resto de los habitantes del piso despertaran escribiendo unos correos electrónicos. Tras desayunar algo ligero, Lidia y yo nos encaminamos hacia Columbia en autobús (ahí nos hicimos la foto que aparece en la primera entrada del blog). La primera visión del campus de la Universidad de Columbia nos fascinó, y nos hizo recapacitar acerca de la aventura en la que nos estábamos embarcando. Un rollo “aquí están los que valen”, sensación que tan frecuente debe de ser en Boston. La mayor parte de los edificios tienen un aire clásico y son bastante grandes. En concreto, la biblioteca, de cúpula circular, tiene una pinta estupenda, aunque no nos atrevimos a entrar por si acaso no estaba abierta al público en general y nos ganábamos una reprimenda. Frente a ella, está el “Alma mater” (foto), escultura donde había quedado con Raúl.

Raúl se portó, y se sigue portando, con nosotros estupendamente. El nos llevó a la oficina del housing de la universidad, que está situada en el mismo edificio que nuestro apartamento (y que el suyo, y que el de Sergi, un catalán que también trabaja en mi laboratorio). Allí firmamos un montón de papeles; algunos los entendíamos mejor que otros. Creo que nos comprometimos a no comernos las paredes (lo cual hace pensar en que llegar a fin de mes aquí puede ser difícil). Con el paso de los días, hemos comprobado que existe en Nueva York una obsesión por la contaminación con plomo. No sé si han debido de tener un problema serio de salud pública, pero por todos los lados te dicen que si tu apartamento es de antes de los 70 existe la posibilidad de que en las paredes haya un alto contenido de plomo, y te dan consejos para evitar la contaminación, sobre todo de los niños. En el momento de las firmas, la cosa nos parecía más rara, ahora ya estamos acostumbrados, y ya casi no nos cuesta reprimirnos de mordisquear tan apetitosas esquinas. El apartamento nos pareció alucinante, y eso que disimulábamos algo porque estaba también Raúl, y no queríamos que se nos notara demasiado la ilusión a lo Paco Martínez Soria de “hala-desde-aquí-se-ve-central-park” (a continuación, se incluyen dos fotos de las vistas que hay desde el dormitorio). Podéis hacer una visita virtual, a lo idealista.com, al apartamento en el link siguiente: http://www.youtube.com/watch?v=QTAFfFKkhsQ. Ese día también me levanté súper temprano, y aproveché para hacer el vídeo mientras Lidia dormitaba.
Los papeleos continuaron ya en la facultad, y también tuve ocasión de conocer a la mayor parte de los miembros de mi laboratorio, incluido mi jefe, Julio, que para los que no lo sepáis ya, os diré que es chileno. Todos en el laboratorio parecen gente muy maja. Lidia también les conoció, porque en este primer día no nos despegamos para nada (bueno, sólo cuando ella se reunió con su jefe, como contaré más adelante).




Después no había que hacer mucho más por la facultad, sobre todo teniendo 120 kilos de maletas en casa de los pobres Miguel y Ramón. Así que nos volvimos allí, con la idea de llevarnos tan molesta carga. Ramón había cometido la insensatez de quedarse en casa ese día, con lo cual nos ayudó de nuevo a mover el equipaje. ¡¡Sin duda esos primeros días no hubieran sido iguales sin la ayuda de Miguel, Ramón y Raúl!! Muchíiiismas gracias. Nos las apañamos para meter todos los bultos en un taxi, que resultó ser conducido por un chico de Lima, el cual nos estuvo poniendo al tanto de los distintos tipos de inmigrantes hispanos que hay en Nueva York. Soltó algunas perlitas acerca de los caribeños que no estuvieron mal. Estos días hemos podido comprobar que aquí muchísima gente habla español, sobre todo en el sector “servicios” (por ejemplo, camareros, señoras de la limpieza, porteros, etc.), lo cual nos está facilitando muchas cosas. De esto nos damos cuenta cuando no tenemos la posibilidad de emplear en español. Se nota que nuestro inglés es de academia y “académico”, porque cuando tienes que tratar con empleados administrativos, sobre todo si son afroamericanos, la cosa se complica bastante. Una de las ocasiones en las que el español nos simplificó bastante la existencia fue cuando tuvimos que dar de alta la luz. No sé yo si en inglés hubiera entendido que me estaban preguntando por si teníamos en casa algún aparato esencial para el mantenimiento de la vida (¿se referiría a la tele?).

Tras dejar las maletas en el apartamento, fuimos atravesando parte de Harlem hacia la universidad de Lidia, pues ella había quedado con su jefe, griego, para el que no lo sepa. Pudimos comprobar que el paseo se podía hacer sin riesgo de muerte, aunque se nota un cambio en el paisaje y en sus gentes. Ese cambio es trasladable también a su universidad (City College), que es pública, con respecto a la mía, privada y pelín elitista, creo, aunque sin mucho fundamento. La suya parece mucho más transitada, y con un mayor espectro racial. Deambulamos por sus edificios hasta que dimos con el despacho de Lazaridis, el jefe griego. Allí no había nadie. Fuimos a su laboratorio, y nos dijeron que debía estar al caer. Este fue el primer contacto de Lidia con sus compañeros. Así que esperamos haciendo el mongolo por unos pasillos la mar de desorientadores. Al cabo, llegó el tal Lazaridis que parecía un árbol de navidad. Cargaba con una cartera, una taza de café y unos papeles, y, pese a todo, al vernos y presentarnos, quiso saludar con los únicos tres dedos que llevaba libres. Fue gracioso. Y luego nos hizo pasar a su despacho, pero, apurado, nos dijo que sólo tenía una silla. Así que les dejé allí charlando, y me fui a un hall a esperar que Lidia regresara.

El resto del día transcurrió sin más novedades. Raúl nos dejó un colchón hinchable sobre el que dormiríamos hasta el jueves, incluido. Y, a falta de cualquier instrumento útil para cocinar, cenamos, igual que habíamos comido, fuera de casa. Esto nos dejaba una sensación pastosa en la boca, aunque todo estaba de vicio (supongo que son las dos caras de la misma moneda). Y por último, a dormir al colchón hinchable. Como veis, era el primer día en nuestro nuevo hogar, y ya estábamos completamente “instalados”.

sábado, 3 de mayo de 2008

La partida

El lunes 28 de abril partimos para Nueva York. A mí (Lidia), particularmente, por mi natural demasiado sentido, la despedida se me hizo cuesta arriba. De hecho, todo el rato de espera para la despedida, fue lo peor. Luego los abrazos a la familia y los “cuidaos” que dejan de ser frases hechas en determinados momentos. En fin, las despedidas siempre son duras.

Una vez que se cruza el umbral todo deja de ser tan doloroso. La sensación de ruptura va desapareciendo y empieza a cobrar importancia la sensación de aventura. Allá que íbamos Jorge y yo, con nuestro equipaje de mano en ristre, en busca de nuestra puerta de embarque. El viaje a Dublín transcurrió sin problemas. Yo me quedé frita antes del despegue. Sólo abrí los ojos lo suficiente para meterme entre pecho y espalda un “full breakfast” que Jorge y yo nos homenajeamos. Después, otra vez roque. No puedo contaros nada más de ese viaje.

El aeropuerto de Dublín parece pequeño. No tiene tampoco ninguna característica a destacar. Ni buena, ni mala. Una cosa bastante neutra. Y allí nos esperaban las siguientes 5 horas. Cuando debatíamos, sentados a las puertas de nuestro embarque, sobre si comer y qué, de pronto, empezaron a rodearnos individuos de traza oriental. A nuestro lado, detrás, enfrente y, lo que ya no es de recibo, en un descuido de Jorge, se sentaron en su sitio. El suelo empezó a estar lleno de enseres varios y zapatos, sobrevolados por pies descalzos danzantes. A medida que avanzaba el tiempo crecían en número, hasta que nos mimetizamos con ellos. (FOTO donde está Wally de Jorge, búsquenle entre la multitud).


El viaje de Dublín a Nueva York fue bien, tal vez alguna turbulencia poco confortable, pero bien. Largo. La única pega fue que, al llegar a nuestra nueva ciudad de acogida, todo estaba nublado y no pudimos ver el aterrizaje con las luces de la ciudad y demás cosas bonitas que imaginamos habríamos visto si no hubiera habido tan mal tiempo. Una vez en el JFK sólo nos quedaba atravesar la aduana. No fue difícil, sólo inquietante debido a las miradas de sospecha de los policías y su ausencia total de cualquier tipo de sonrisa.

En JFK una de las maletas comenzó a hacer un ruido infernal. Una de las ruedas estaba atascada y rechinaba contra el suelo encerado, lo cual atraía aún más a los ya de por sí pesados taxistas pirata. Esquivando a todos los que nos asediaban, conseguimos coger un taxi lo suficientemente grande como para cargar con nuestros 120 kilos de equipaje. Éste nos llevó a casa de mi amigo Miguel, y su compañero Ramón, a los que siempre agradeceremos su acogida, la cena y la conversación, además de su ayuda subiendo y bajando maletas (120 kilos a un tercero sin ascensor, no digo más), entre otras cosas.

En fin, el viaje no pudo ser mejor, creo yo, ni la bienvenida tampoco.

viernes, 2 de mayo de 2008

Bienvenidos


Este es nuestro blog, de Jorge y Lidia, donde podréis visitarnos con frecuencia (con aquella que deseéis). Aquí os contaremos nuestras cosas, algunas puede que malas, pero sobre todo buenas. Las cosas que nos acontecen, las que nos dan o quitan el sueño, todo en general, lo que creamos que puede gustaros o haceros sonreír.