Como se tiene que ir a buscar noséqué o a noséquién, me dice que si puede dejar las herramientas en el despacho. Hasta el momento no es especialmente simpático el hombre, no. Cuando le digo que las deje cerca de mi sitio no me entiende muy bien y pone cara de impaciencia. Sin embargo, cuando ve que lo que pretendo es impedir un posible robo de sus preciadas herramientas hasta sonríe, el tío. Más tarde aparece allí con un compañero suyo y se ponen a cacharrear.
Ya daba yo por zanjado el asunto del panel eléctrico. Sin embargo, a la mañana siguiente, al abrir la puerta de mi despacho me encuentro la luz encendida y ¡oh sorpresa! un señor sentado a la mesa donde solemos hacer las reuniones de grupo. Aunque reconozco en seguida al que está allí sentado como “el compañero del cachas de mantenimiento”, me he pegado un sonoro susto y mi cara es un poema. Él pone cara de póker y me dice que están arreglando el panel eléctrico. Digo que ya, que le recuerdo y que “what a surprise!”. Como, de hecho, no está arreglando nada sino que se encuentra repantingado en una silla me da explicaciones diciendo que está esperando a su compañero. Yo me asusté, pero él se avergonzó de su momento relax (que yo no juzgo en absoluto). ¡Qué majete!
Al rato llega el cachas de mantenimiento que, además, ha tenido a bien visitarnos otro día más. Ahora ya me saluda con una sonrisa encantadora. Una de las veces me ha preguntado de donde era. Se sorprende cuando le digo que Española y me dice que pensaba que era rusa. ¡Rusa!
En fin, creo que ya han terminado, porque en la última visita aporreaban con esmero el panel eléctrico, no sé si para cerrarlo o para terminarlo de arreglar.