lunes, 25 de agosto de 2008

Mantenimiento

El pasado miércoles subía yo en el ascensor con un personaje de lo más curioso. Era un personaje a lo Bruce Willis en “Armagedón”, un poco menos fondón y algo más cachas. La cabeza rapadita, disimulando la ya avanzada pérdida del preciado cabello, y un cinturón de herramientas colgado a la cintura acompañando los andares chulescos propios del ya comentado actor. Si hubiera ido mascando chicle, le hubiera pedido hacernos una foto como souvenir. Iba yo pensando en lo tópico de este personaje cuando entraba en mi despacho y me pide que le sujete la puerta. Yo, claro, la sujeto y el hombre entra sin decir nada más. Yo, que de natural soy un poco pusilánime, hago acopio de valor para preguntar qué es lo que va a hacer en nuestro despacho. No es que me importe en realidad, pero hay un poco de psicosis entre los miembros de mi grupo con robos y demás cosas. Además, a las 9:00 de la mañana todavía no hay mucha gente por mi planta y este señor no dejaba de ser un completo desconocido. Me dice que tiene que arreglar un panel eléctrico. Digo que ¡ah!, vale, que si necesita algo que me lo pida. No deja de hacerme gracia el hecho de que nos hemos pasado dos meses, en los cuales están las semanas más calurosas del verano, pidiendo que vengan a arreglar el aire acondicionado, hasta que al final, después de mucho insistir, nos han puesto uno portátil. Y sin embargo, sin que notemos ninguna incidencia, aparece por allí el cachas de mantenimiento para arreglar un supuesto panel que no sabíamos ni que existía. ¡Qué paradojas tiene la vida!

Como se tiene que ir a buscar noséqué o a noséquién, me dice que si puede dejar las herramientas en el despacho. Hasta el momento no es especialmente simpático el hombre, no. Cuando le digo que las deje cerca de mi sitio no me entiende muy bien y pone cara de impaciencia. Sin embargo, cuando ve que lo que pretendo es impedir un posible robo de sus preciadas herramientas hasta sonríe, el tío. Más tarde aparece allí con un compañero suyo y se ponen a cacharrear.

Ya daba yo por zanjado el asunto del panel eléctrico. Sin embargo, a la mañana siguiente, al abrir la puerta de mi despacho me encuentro la luz encendida y ¡oh sorpresa! un señor sentado a la mesa donde solemos hacer las reuniones de grupo. Aunque reconozco en seguida al que está allí sentado como “el compañero del cachas de mantenimiento”, me he pegado un sonoro susto y mi cara es un poema. Él pone cara de póker y me dice que están arreglando el panel eléctrico. Digo que ya, que le recuerdo y que “what a surprise!”. Como, de hecho, no está arreglando nada sino que se encuentra repantingado en una silla me da explicaciones diciendo que está esperando a su compañero. Yo me asusté, pero él se avergonzó de su momento relax (que yo no juzgo en absoluto). ¡Qué majete!

Al rato llega el cachas de mantenimiento que, además, ha tenido a bien visitarnos otro día más. Ahora ya me saluda con una sonrisa encantadora. Una de las veces me ha preguntado de donde era. Se sorprende cuando le digo que Española y me dice que pensaba que era rusa. ¡Rusa!

En fin, creo que ya han terminado, porque en la última visita aporreaban con esmero el panel eléctrico, no sé si para cerrarlo o para terminarlo de arreglar.