jueves, 24 de noviembre de 2011

Reportaje de la boda


 Da igual que la Duquesa de Alba haya intentado robarnos protagonismo: la nuestra sigue siendo la boda del año y este, el reportaje más esperado. Nos ha tomado un poco de tiempo, pero ya está aquí. El reportaje se complementa con unas fotos y un montaje preparado por Martin J. Bentsen, el fotógrafo.

El 15 de Octubre de 2011 nos despertábamos a las 7 de la mañana en nuestra habitación del hotel Parker Meridien. Mientras la novia se iba a la peluquería a adecentarse, el novio se iba a casa a ponerse reguapo y a desayunar bollería fina. Logísticamente, la idea del hotel estuvo muy bien, porque tres personas poniéndose de punta en blanco en nuestro apartamento son demasiadas, sobre todo teniendo en cuenta que una de ellas tenía que ponerse un vestido de novia que, además, no quería que viera el novio. Como veis ahora y comprobaréis a lo largo del relato y en las fotos, nos pusimos algo más tradicionales de lo predicho con esto de la boda.

El día nos salió soleado y precioso, pero con un vendaval monumental. Las 2 horas y media en la peluquería quedaron un poco deslucidas, pero aun así mereció la pena irse al instituto AVEDA e interaccionar con los estudiantes que te peinan y maquillan.

Como no podía ser de otra manera, todo fue con retraso. El plan era empezar la ceremonia a las 12.30. A las 11.40 la novia estaba todavía llegando al hotel. En cualquier caso, la complejidad de ponerse un vestido de novia está sobrevalorada. Medias, vestido, pulsera, pendientes, colgante, “mamá guárdame estas cosillas en tu bolso”, “el ramo, ¿dónde está el ramo?”, “hija no, esos pendientes no, ponte estos”, “estos están bien, están bien”, zapatos y ale, a la calle que el coche ya nos cobra sobrecargo por habernos esperado un cuarto de hora. Y por supuesto, atasco para entrar al puente de Brooklyn. Da igual, la novia va tarde, pero el novio, los invitados y el fotógrafo también. La mitad de las calles del downtown están cortadas.

Mientras tanto, el novio se ha vestido sin más complicaciones que tener que decidir qué chaleco y corbata ponerse, si el que venía con el smoking de alquiler o el que su amigo Emilio llevó en su propia boda. La solución, sin embargo, fue sencilla. Dado que ni el novio ni su madre saben anudar una corbata, hay que optar por la opción fácil, la del conjunto de alquiler, que se deja de nudos y emplea un enganche de lo más práctico.

12.30 y la novia está llegando al Brooklyn Bridge Park después de haberle indicado al conductor, que no tiene la más remota idea, cómo llegar hasta allí. Debido al viento ha habido un pequeño cambio de planes. En el Promenade (muelle que da directamente al río y a unas vistas preciosas) no hay quien se sostenga, así que, después de unos momentos de deliberación en la que los invitados finalmente hacen entrar en razón al novio, la party se sitúa en la zona del parque donde la página web dice explícitamente que está prohibido hacer ceremonias. Pero como somos un grupo pequeño (9 personas y un bebé), el Ranger nos da el visto bueno. Ya sólo hace falta que la novia se entere de a dónde tiene que ir, algo de lo que se encargan la madre del novio y María Luisa.

Al salir del coche el viento se lleva por los aires el vestido y los pelos de la novia. Da igual, hace un día precioso. El lugar elegido es inmejorable.

La ceremonia la oficia nuestro amigo Sebastian, el único americano de la reunión. Así que Miguel hace los honores de traducir para los allí presentes. Nos acordamos de José Luis, Sara, Mónica, Iván y Alejandro que no han podido venir. Hay lágrimas, risas y sensación de “¡qué raro es todo esto!”. Emilio y María Luisa leen el Cantar de los Cantares 8, 6-7, Jorge un poema de su padre. Los votos hacen llorar tanto al novio como a la novia y también a alguno de los presentes. 20 minutos más tarde de haber llegado al parque nos declaran marido y mujer. Se besan los novios. Caen arroz y pétalos de rosa, a pesar de que Aurora, que era la encargada en un principio, se está echando la siesta del año. Abrazos y besos. Llamamos al padre del novio. Todos somos muy felices.

De pronto, hay que posar para las fotos. Ese extraño momento en que, pese a todo, hay que parecer natural. Unas fotos aquí, ahora nos vamos allá. Cara de velocidad por el viento. Los pelos, vestidos y corbatas danzando por los aires. Lo mejor, subirnos al Jane’s Carousel y hacernos fotos allí. Eso sí, todo muy rápido que la reserva para comer es a las 14.30 y sólo tenemos la limusina reservada hasta esa hora. Por supuesto, hay atasco en el puente de Brooklyn para regresar a Manhattan: Aurora, la pobrecita, está que se marea (riesgo de potita sobre la comitiva, vestida toda ella de punta en blanco) y el conductor está estresado porque llega tarde a su siguiente compromiso.

Comemos en Gigino, un restaurante italiano situado en el Wagner Park con unas vistas preciosas de la Señora Libertad. Es una pena que el viento nos impida comer al aire libre, pero la mesa está situada frente al ventanal y seguimos pudiendo disfrutar de las vistas. Como en toda buena boda nos cebamos. El vestido aprieta cada vez más y respirar comienza a ser una tarea complicada. Es en el restaurante donde hacemos todo el papeleo legal, firman los testigos y Sebastian da el visto bueno. Si lo hubiéramos hecho en el parque, seguro que los papeles se habrían volado y ahora estarían en el mar.

Para bajar la comida damos un paseo por el Wagner Park, pero otra vez comienza a hacerse tarde. Son las 5.30 y aún tenemos que pasar por el hotel para recoger unos adornos y preparar la sala donde tendrá lugar la fiesta a las 7. “¡Taxi! ¡Taxi!”, padres de la novia, novio, novia y vestido se suben a un taxi amarillo para ir al hotel y otro para ir al Gin Mill, el bar donde se encuentra la sala Speakeasy donde la gala tendrá lugar.

Una vez instaladas las luces y las velas, empiezan a llegar los invitados. Bebidas, abrazos, comida, risas y algunos bailes. Así hasta las 10.30 de la noche. La sala estaba reservada de 7 a 10. A las 10 la cosa está en el momento álgido. Lamentablemente hay otro evento en la sala a las 11, por lo que no pueden dejarnos más tiempo. Vamos matando la fiesta poco a poco cambiando la música a algo más aburrido. A las 11 ya hemos desalojado. Agotados volvemos a nuestra habitación del Parker Meridien, cuyo disfrute debemos agradecer a nuestros amigos Emilio, María Luisa y Aurora. Al día siguiente tenemos “late check-out”, lo cual nos permite disfrutar del hotel hasta las 14.30. Unos largos y una siestecilla en la piscina del ático del hotel con vistas impresionantes a Central Park ponen el colofón perfecto a una boda que hemos disfrutado como enanos.

Un par de semanas más tarde, recibimos el certificado de boda, prueba de que es cierto que nos hemos casado y que hicimos todos los papeles como debíamos. Ahora sólo queda la aventura de convalidar el matrimonio en el consulado español, lo que promete ser otra interesante aventura.