domingo, 12 de julio de 2009

Yellowstone National Park II

Día 6. 11 de junio de 2009.
Este día abandonamos definitivamente la zona de las Mamooth Terraces y emprendimos camino hacia Geyser Country que, como su nombre indica, es donde más geiseres hay dentro del parque. No nos faltó, sin embargo, la ración diaria de cascadas, pues cogimos un desvío de la carretera que nos condujo a las Firehole Falls. Lo de los geiseres es una cosa alucinante. Yo ya había tenido la suerte de contemplar uno en Islandia. Así que pensaba que no me iba a impresionar el hecho de ver más. Estaba equivocado. Ocurre que cada géiser es diferente al resto, y cada uno de ellos tiene características que te gustan más o menos. De modo que no es raro que la gente acabe teniendo su “favorito”. Esencialmente, un géiser es como una olla a presión: Se va llenando de agua que se va calentando (más cuanto más profunda está el agua) hasta que llega al punto de ebullición y todo el vapor de agua quiere salir a la superficie, empujando consigo a cuanta agua líquida haya entre medias. El proceso se repite porque el géiser no deja de recibir agua. Por supuesto, el mecanismo no debe de ser tan simple, porque hay géiseres con frecuencias muy distintas, la mayor parte de ellos con erupciones impredecibles, otros que erupcionan constantemente, y los hay también que dejan de ser géiseres para convertirse en manantiales o viceversa. Hay auténticos fanáticos de esto de los géiseres. Conocimos a un par de “profesionales” que dedican todas sus vacaciones desde hace más de veinte y treinta años a ir a Yellowstone para ver y estudiar los géiseres. Sólo diremos que sus predicciones son más fiables que las de los mismísimos rangers. ¡Si alguna vez vais a Yellowstone y están por allí, no dejéis de hablar con ellos! Además, son súper amables.
Ya decía nuestra guía que es posible que a uno le pique el gusanillo de ver géiseres, y que si ese era el caso, había que dedicarle bastante tiempo. A ambos nos picó, sobre todo a mí, para desesperación de Lidia. Al final, pudimos ver todos los géiseres predecibles más importantes. Quizás los que más nos impactaron fueron el Grand (porque es enorme), el Castle (con una base muy bonita, muy energético), el Great Fountain (erupciona como si fueran fuegos artificiales) y el Riverside (que está a la orilla del río, y que erupciona sobre este). Por supuesto, la estrella del lugar, el Old Faithful, es también muy impresionante, aunque la verdad es que desde donde están los bancos (y los turistas) deja un poco frío. Mejor verlo desde la terraza del Old Faithful Inn.
Precisamente, era el Old Faithful Inn el hotel en el que nos alojábamos esa noche. Nos lo había sugerido Álvaro, y habíamos reservado pese a que la habitación era más cara de lo que llevábamos presupuestado (fundamentalmente porque tenía baño en la habitación). De hecho, era con diferencia la noche que más habíamos pagado por la habitación. No era un mal día, pues, para caminar hasta la extenuación y ver manantiales y géiseres hasta que fuera totalmente de noche, pues tendríamos un merecido descanso. Así que cuando un ruido infernal proveniente del radiador de la habitación hizo que casi no pegáramos ojo desde las 12 a las 5 de la mañana, se entiende que Lidia se acordara de Álvaro y que yo, de muy mala uva, pensara en cómo iba a protestar a la mañana siguiente (“I want my night back!”). Al final, nos devolvieron la mitad de lo que habíamos pagado.

Día 7. 12 de junio de 2009.
De camino a las Fairy Falls, hicimos una parada para contemplar desde lo alto el Grand Prismatic Spring, un manantial enorme de un colorido espectacular. En nuestras fotos nos se ve muy allá, pero si seguís el link, llegaréis a una espectacular. ¡Ojo al tamaño de la pasarela para los turistas!
Tras llegar a las cascadas, muy monas ellas, cogimos el coche para desplazarnos hasta la otra punta del parque, no sin antes pasarnos a ver un par de géiseres que nos habíamos dejado. Uno de ellos (White Dome) se hizo de rogar, para desesperación de Lidia y de unas señoras muy graciosas que no paraban de quejarse de la “profesional” que les había predicho la erupción. Los nervios estaban a flor de piel, probablemente porque, desde donde estábamos, se veían venir un par de tormentas bastante importantes. Finalmente, el White Dome Geyser erupcionó cuando casi todo el mundo había perdido la paciencia y llovía considerablemente.
Durante la tarde vimos las Tower Falls y observamos impresionantes restos de coladas de lava en forma de bonito basalto hexagonal. También vimos un oso negro a una distancia razonable y nos encontramos, por casualidad, con un lobo, lo cual nos dejó tan contentos como sorprendidos. La historia tiene su gracia, porque cuando Lidia le estaba observando con los prismáticos, empezó a correr hacia nosotros. Lidia, que lo veía muy de cerca, se asustó y echó a correr (lo último que se debe de hacer si no quieres líos con la vida salvaje). La consecuencia fue que el pobre lobo se asustó también y ya no le pudimos ver más. Es lo que tiene ser novato y de ciudad.
Finalmente, casi al anochecer, llegamos al cañón del Yellowstone. Aquí, el río Yellowstone ha erosionado el terreno y dado lugar a un cañón tan bonito que parece de mentira. Nos dimos un último paseo a toda mecha, con una luz preciosa. Al final, pude estrenar la linterna que nos habíamos comprado, porque cuando llegamos de nuevo al coche era totalmente de noche. Como casi todas las noches anteriores, no nos encontramos el restaurante cerrado por bien poquito. Esa noche dormimos todo lo bien que no lo habíamos hecho en el Old Faithful Inn, aunque eso no significa que madrugáramos menos al día siguiente.

Día 8. 13 de junio de 2009.
Durante la mañana, nos empapamos de cañón. Lo vimos desde todos los ángulos posibles, visitamos todos los miradores habidos y por haber y dimos paseos, incluyendo uno guiado por una ranger que nos enseñó, entre otras cosas, a buscar en la corteza de los árboles rastros de animales. El comienzo del cañón viene delimitado por dos cascadas impresionantes, las Upper y las Lower Falls. En concreto, estas últimas son dos veces más altas que las del Niágara, aunque ni mucho menos tan anchas. Hicimos también una marcha para poder ver las que, según nuestra guía, son las cascadas más altas de Yellowstone: Silver Cord Falls. Son eso, un cordón muy largo de agua.
Por la noche, volvíamos a estar alojados en el Old Faithful Inn, así que después de visto y requetevisto el cañón, regresamos hasta la zona de los géiseres, por otro camino en esta ocasión. En este viaje paramos en Mud Volcano, donde están los géiseres y lagunas más ácidos del parque, lo cual les proporciona el aspecto más repugnante y tétrico de todos. También hicimos una parada en los rápidos de Lehardy (nombre de un topógrafo al que aquí se le volcó la balsa perdiendo todo lo que llevaba pero salvando la vida). Aquí, en Junio y Julio, sobre todo en Julio, se puede ver a las truchas saltar a contracorriente para llegar al lago Yellowstone. Estuvimos un buen rato bajo la lluvia observando a los nombrados peces que esperan en las piscinillas hasta que encuentran el momento oportuno para saltar. Yo pude ver unas cuantas saltar sin éxito, pero finalmente, una de ellas lo consiguió. Por un segundo se la pudo ver en el aire, con cara muy seria y todo el cuerpo tenso para salvar el desnivel y vencer la corriente. Finalmente llegamos al Old Faithfull Inn. Afortunadamente, esta vez pernoctábamos en una habitación sin baño y el reposo fue mucho más placentero.

Día 9. 14 de Junio de 2009.
Este era el día que abandonábamos el parque. Pero antes deberíamos hacer un par de cosas que nos quedaban pendientes, entre ellas, ver erupcionar un par de géiseres. Cuando fuimos a comprobar las horas aproximadas de erupción, vimos que Daisy iba a hacerlo de un momento a otro. Sin desayunar nos lanzamos a paso de estampida de elefante para recorrer la media milla que nos separaba de este géiser lo más rápido posible. Al final, Daisy se retrasó mientras nos hinchábamos a frutos secos y chocolate a modo de desayuno. Después de la erupción, que nos gustó mucho, volvimos a la zona del Old Faithful para subir al denominado Observatory Hill, que es una colina desde donde se tienen buenas vistas de la plataforma donde están la mayor parte de los géiseres. En la colina está el Solitary Geyser, que solía ser un manantial hasta que a principios del siglo XX lo usaron como fuente de agua para las instalaciones hoteleras y se convirtió en un géiser. Después, ya con el coche, fuimos a ver erupcionar (de nuevo) a Great Fountain. La espera, de dos horas, fue recompensada con las maravillosas primeras explosiones de agua, como fuegos artificiales. Durante todo el proceso, nos hicimos los “profesionales” con un taiwanés que visitaba el parque por tercera vez.
Los últimos géiseres que visitamos fueron el Lone Star Geyser, tras un agradable paseo de media hora (una pena, no lo vimos erupcionar, aunque la base era muy bonita) y todos los que hay en la zona geotérmica del West Thumb. Aquí hay un géiser especial, que está dentro del lago, y en el que los pescadores solían meter los peces recién pescados para cocerlos y comérselos “ipsoflauto”.
Y aquí acabó nuestra estancia en Yellowstone, del cual salimos con bastante pena y una lagrimilla contenida. Poco duró la tristeza porque enseguida llegamos al Grand Teton National Park. Antes de ir a cenar, nos dimos un paseo de hora y media por la orilla del Jackson Lake, con unas vistas extraordinarias de las enormes montañas que componen el parque. Por lo visto, el nombre del Grand Teton viene de los primeros exploradores franceses que vinieron por estas regiones, que debían de llevar sin ver una mujer unos cuantos meses y veían tetas donde no las había... En este paseo, vi la calavera de un oso, aunque no nos enteraríamos hasta el día siguiente, cuando una ranger del parque nos lo dijo. Yo, cuando la vi, pensé que sería de una oveja, y no me pareció que mereciera la pena indicárselo a Lidia.
Esa noche dormimos en una cabaña en la que hubiera habido sitio para un equipo de fútbol, más el trío arbitral.

Día 10. 15 de Junio de 2009.
Por la mañana, después del copioso desayuno, nos dirigimos hacia el lago Jenny. En el camino, paramos en un hotelazo con unas vistas al lago Jackson impresionantes, donde tenían organizada una boda mirando al lago y las montañas. Muy bonito. Ya en el lago Jenny, cogimos un barco que nos cambió de orilla y desde la que empezamos una marcha que nos debería llevar al Lake Solitude. En general, el parque del Grand Teton está más alto que Yellowstone y, conforme fuimos ascendiendo, nos fuimos encontrando con más y más nieve. Además, llegado un momento se puso a granizar, así que decidimos que el Lake Solitude seguiría solitario y que nosotros nos dábamos la vuelta. Además, íbamos muy justos para coger el último barco de vuelta (que era casi de madrugada, a las seis de la tarde...). Aunque no pudimos acabar la marcha, el camino fue muy bonito, con unas vistas de los “Tetones” impresionantes. Sin rastro de alces, eso sí.
Emprendimos el camino de vuelta a Salt Lake City. La idea era ganar unas horas de viaje para tener algo de tiempo el día siguiente para ver alguna cosa en la capital de Utah y sus alrededores. Para hacer el viaje más emocionante, y para cabreo de nuestro GPS, evitamos la autovía general y nos metimos por carreteras secundarias, lo que nos dio pie a conocer la América profunda. No nos arrepentimos en absoluto. Los paisajes fueron espectaculares, y pudimos comprender por qué la gente quiere tener pistolas en su casa y por qué es esencial que las familias sean numerosas. Ser hijo único en un pequeño pueblo de Wyoming no creo que sea nada, nada saludable...
Tras pasar por París y Génova (esta última parecía estar compuesta sólo de una enorme iglesia y una escuela, pese a que el cartel decía que había 100 habitantes), llegamos a Montpellier, un pueblo más grande, con algún restaurante, gasolineras y hoteles. Pensamos en dormir en un motel con pinta muy siniestra, pero nos acobardamos y acabamos en otro con menos pinta de película de Hitchcock. Cenamos en un establecimiento que tenía tienda, restaurante y saloon todo en uno.

Día 11. 16 de Junio de 2009.
Como colofón a nuestras vacaciones, nos dimos un baño en el Lago Salado y visitamos el Templo de los Mormones. Lo primero fue bastante repugnante. El lago en sí es bonito, pero sólo si lo miras de lejos. Cuando te acercas a la orilla, te das cuenta de que está cubierto con una capa de mosquitos que da un poco de asco. Sobre todo porque, cuando pisas (y vas descalzo, porque te quieres meter al agua), se levanta una nube de mosquitos y sabes que no todos se han podido escapar y has espachurrado bastantes. Afortunadamente, no pican, aunque nosotros en el momento no lo sabíamos. La gracia de meterse en el lago es que tiene mucha sal (¿alguien lo dudaba, dado el nombre del lago?) y, por tanto, su densidad es muy alta. En otras palabras, que no te hundes. El problema es que, para llegar a una zona que cubra un poco hay que andar bastante. Y el agua es de todo menos clara. Y eso de no ver donde pisas habiendo tantas piedras... no se lleva muy bien. Finalmente, cuando nos cubría por los muslos, nos envalentonamos, nos dejamos caer y estuvimos jugando un poco a ser Arquímedes. La verdad es que la sensación de que te flote el culo es interesante. En definitiva, que lo pasamos bien y mereció la pena.
En España, ¿cuántas veces no hemos rehuido de los chicos jóvenes y generalmente bastante atractivos que, en parejas, intentan venderte la religión de los mormones? Pues en Salt Lake City nos metimos en la boca del lobo. Fuimos a visitar el “Vaticano” de los Mormones. Allí es en el único sitio que yo he estado en EEUU que te hacen una visita guiada en el idioma que tú desees, y gratis, además. Eso sí, al templo no se puede entrar porque es sagrado y sólo pueden entrar mormones que hayan alcanzado cierto grado de madurez religiosa. Por supuesto, te cuentan, a partes iguales, la historia del lugar y las bondades de su religión, a ver si te enganchas. Nos tocaron dos chicas que parecían la mar de felices, sobre todo una. A nosotros no nos convenció mucho esto de que Jesús, una vez resucitado, fuera a América a predicar a los indios, y que un profeta llamado Mormón y su hijo Moroni dejaran escrito un libro en unas tablas que, en el siglo XIX, encontró un tal Joseph Smith que, por mediación divina, las tradujo al inglés (lo que es el libro del mormón) y formara esta nueva Iglesia. De momento, los mormones cuentan con más de 13 millones de seguidores en todo el mundo.
Y con la visita al Temple Square acabaron nuestras vacaciones. Ya sólo nos quedan unos 37 estados por visitar en los próximos dos años. ¡Se admiten apuestas!


domingo, 28 de junio de 2009

Yellowstone National Park I

Sí, es cierto, la mayoría de lo que leéis estas líneas, si no todos, ya habéis visto las fotos del viaje y, por lo tanto, conocéis nuestro periplo por los parques nacionales del estado de Wyoming. Pero nos da igual. Han sido nuestras primeras vacaciones en el Nuevo Mundo desde que llegamos a él y queremos pues, dejar constancia en este blog. Para compensar a los que tengáis paciencia de leernos, pondremos fotos inéditas, que para eso hemos hecho 300.


El día 6 de junio de 2009 comenzaba nuestro viaje al conocido parque nacional. El viaje constaba de las siguientes etapas: vuelo a Salt Lake City (5 horas y media), viaje en coche por los estados de Utah, Idaho y finalmente, Montana (6 horas), estancia en Yellowstone, Wyoming (7 días), visita al Grand Teton (1 día), vuelta en coche atravesando el Lejano Oeste (otras 6 horas) hasta Salt Lake City y vuelo de regreso a Nueva York (3 horas y 40 minutos).

Día 1. Sábado 6 de junio de 2009. Nuestro avión salía como a las 21.00, así que pasamos el día haciendo las maletas y demás preparativos. Una vez en el aeropuerto decidimos esperar para cenar en el avión. Habíamos comido con horario español y no teníamos mucha hambre. Además, dado que Jet Blue nos había dado unos snaks en un vuelo de una hora cuando volvíamos de Niágara, era perfectamente probable que en este vuelo más largo nos dieran de cenar. No tardamos mucho e comprobar que no sólo no daban de cenar, sino que no ofertaban nada de comida para comprar. En un viaje de 5 horas y media dan lo mismo que en uno de una hora: patatas fritas. Si tenemos en cuenta que el vuelo salió con dos horas de retraso y que en el aeropuerto de Salt Lake City estuvimos esperando bastante rato a que llegara un taxi, es fácil imagina que cuando llegamos al hotel hacia las 2 de la madrugada (dos horas menos que en Nueva York) teníamos un hambre canina. El chorizo Palacios que había metido Jorge en la maleta nos supo a gloria sin pan ni nada.

Día 2. Domingo 7 de junio de 2009. Recogimos nuestro coche de alquiler. El momento “pretendidamente emocionante” tuvo lugar cuando nos preguntaron nuestro número de la seguridad social y ninguno de los dos lo recordábamos o lo llevábamos apuntado (se nos enroscó una vuelta más la boina). Al final, la aplicación informática funcionó sin numerito, pero a 2200 millas de casa, el susto fue considerable. El otro dato significativo del día es que Jorge perdió su paraguas mientras tramitábamos la adquisición del coche. Para vosotros no será importante, pero para él lo fue mucho. Fue un hecho trágico que marcó el viaje y por el que os pido un minuto de silencio.

Esa noche la pasamos en West Yellowstone. El señor del restaurante donde habíamos comido nos dijo que regateáramos si la habitación nos parecía muy cara. Lo intentamos en tres sitios distintos sin que funcionara y al final tuvimos que volver con el rabo entre las piernas al primer sitio al que habíamos entrado. Una de dos: o no se puede regatear en West Yellowstone o a nosotros se nos da fatal.

Día 3. Lunes 8 de junio de 2009. Tras pasar el atasco que hay a la entrada del parque, por fin nos adentramos en él. Nada más entrar, ya estábamos parando para hacer fotos, ver animalejos y visitar diferentes elementos geotérmicos.

Visitamos Norris. Aquí hay unas plataformas geotérmicas muy grandes. Es una de las zonas más calientes y cambiantes del parque, porque es donde el magma del volcán sobre el que se encuentra el parque está más cerca de la superficie. Hay dos plataformas llenas de géiseres y lagunas de agua caliente. Vimos a Steamboat, que es el géiser más alto del parque (unos 120 metros), pero que lleva años inactivo, y comimos al lado de Echinus, que es un géiser tan ácido como el vinagre, a ver si había suerte y lo veíamos erupcionar. Nada. Pero en la segunda plataforma vimos erupcionar nuestro primer géiser (Constant). Era chiquitito pero ¡a quién le importa!

Luego fuimos a Artist Paint Pots, que es una plataforma llena de lagunas de barro. Estas son como las lagunas de agua caliente pero, al ser más ácidas, disuelven la tierra y formas un barrillo asquerosete. Aquí fue donde vimos a los primeros bisontes, esos bichos majestuosos a la par que feotes y pachones pero parece ser que es mejor no verlos de mal humor.

Este fue el día que vimos, por primera vez, una marmota, al lado de unas formaciones de basalto bastante bonitas. Está terminantemente prohibido dar de comer a los animales, pero había allí una familia de turistas que se pasaron la normativa por el arco del triunfo. Eso sí, esta infracción nos permitió sacarle una foto preciosa a la marmotilla.

Día 4. 9 de junio de 2009. Este día decidimos hacernos una marcha subiendo al Bunsen Peak (Bunsen, por el del mechero que se utiliza en los laboratorios de química, por cierto) para luego bajar el pico y el cañón adyacente hasta las Osprey Falls. La subida al pico sólo fue un poco durilla porque a ratos había nieve congelada y resbaladiza difícil de atravesar. Las Osprey Falls son preciosas y comimos a su lado mientras empapaban nuestros chubasqueros. La subida del cañón ya fue otra cosa (250 metros en menos de kilómetro y medio). Vimos a unas marmotillas en pleno celo y montones de familiares de la ardilla de diferentes tamaños.

Después del pico Bunsen y descansar un poco nos fuimos a buscar las Wraith Falls. Como se suponía que iba a ser un paseo fácil a través de praderas, me fui con un café en la mano. No contaba con que nos equivocaríamos de camino y que terminaría, cappuccino en mano, trepando por árboles caídos y rocas, con el único fin de no llegar a las susodichas cascadas.

Como el café me había infundido fuerzas, convencí a Jorge para hacer una marcha de dos horas a las 7 y media de la tarde para ver un lago y llegar a un árbol petrificado al que se puede acceder en coche. A pesar de encontrarnos con un bisonte en medio del camino, que nos impedía el paso y nos retrasó bastante, llegamos al árbol todavía con luz. Este árbol es bastante decepcionante, sobre todo porque está vallado y no puede uno acercarse a ver que, en realidad, es una roca.

Día 5. 10 de junio de 2009. A las 9 de la mañana estábamos frente al Liberty Cap (una formación de travertina con forma de falo) para empezar nuestra visita a las Mammoth Hot Springs guiados por una ranger. Una de las cosas más recomendables a hacer en los parques nacionales en EE.UU. es dejarse guiar por los rangers. ¡Son fenomenales! Y además llevan el gorrito ese tan gracioso que me recuerda aún más a los dibujos de Hanna & Barbera. Aquí hay unas formaciones preciosas de terrazas debido a la caliza que arrastra el agua en esta zona y que se deposita de esta forma. No me voy a poner a explicar los fundamentos geológicos, para eso os conmino a que busquéis en algún libro de geología o en el que parece nuestro patrocinador (la guía Lonley Planet) o a que vayáis al parque, que es la mejor opción. Sólo añadiré que las distintas terrazas tienen distintos colores ya que, dependiendo de la temperatura, habitan en ellas unas bacterias u otras. La ranger, para medir la temperatura a distancia, utilizó lo que se conoce como un pirómetro.

Después de las terrazas, nos fuimos a hacer otra marchita para ver árboles petrificados como Dios manda. Si la subida por el cañón donde estaban las Osprey Falls fue dura, esta subida, que para colmo, a ratos era un barrizal, fue agotadora. Eso sí, mereció enormemente la pena. Es increíble ver cómo, lo que parecen árboles, con sus anillos perfectamente dibujados y la corteza claramente definida, es en realidad roca. Pensar que estos eran los árboles que estaban allí hace 700.000 años y que han quedado petrificados da una sensación bastante alucinante (llamadme flipada, que tendréis razón). Aquí había bastante árboles, algunos caídos por el suelo, otros verticales. Y estos no estaban vallados ni nada, se podían ver bien de cerca. Mucho mejor que el del día anterior. Terminamos la subida para llegar a una cima donde interrumpimos a una pareja entregada al amor al aire libre. Ya lo sentimos por ellos.

La bajada fue mucho más agradable y breve, porque a ratos la hicimos corriendo, dejando a la gravedad hacer la mayor parte del trabajo.

A la vuelta al hotel vimos, por fin, las Wraith Falls, esta vez sin cappuccino y por el camino correcto.



lunes, 30 de marzo de 2009

Biophysical Society Meeting

Al contrario de lo que pueda entenderse por el título de esta entrada, hoy no os vamos a explicar con detalle las charlas de los ilustres científicos que asistieron al susodicho “Biophysical Society Meeting”. Sin embargo, dado que la asistencia a este congreso fue la excusa para poder visitar Boston, es justo que, al menos, le hagamos el debido reconocimiento dando su nombre a esta entrada en nuestras Tres Grandes Manzanas.

Del 28 de febrero al 4 de marzo de 2009 tuvo lugar el congreso que organiza la Sociedad Americana de Biofísica. El grupo de Jorge en pleno asistía a este congreso y la menda, que es muy lista, se acopló a la excursión y aprovechó el espacio libre en la habitación de una compañera de Jorge. Otro asistente a este congreso era nuestro amigo Florian, también conocido como “Florian el Austríaco” o, por los más íntimos, como “El Enamorrado”. Fue también una magnífica excusa para reunirnos con un amigo al que hacía tiempo que no veíamos.

Nuestro autobús salía el sábado 28 de febrero a las 9.30 am. El primer incidente que tuvimos fue un cambio en el transcurso normal del metro. La línea que cogíamos no era “Express” como suele. Esto ya nos retrasó significativamente. Pero la cosa empeoró cuando salimos a una esquina que no era la que esperábamos y no sabíamos orientarnos para encontrar aquella donde paraba nuestro autobús. Es necesario explicar aquí que muchas líneas de autobús en Nueva York (independientemente del grado de legalidad, probablemente bajo en muchos casos) paran en la calle, y no en dársenas especialmente adaptadas a tal efecto.

Finalmente, encontramos el autobús. El proceso de check-in también fue emocionante, barajándose la posibilidad de que yo viajara en un autobús diferente a mis amigos. Dado que acabamos sentados al lado del váter del autobús (por ser la única manera de ir juntos), más me hubiera valido. En cuanto el autobús empezó a moverse y las aguas del inodoro a agitarse, el olor se convirtió en algo completamente insoportable. Nos las ingeniamos como pudimos para reducir el sufrimiento. Y la gente que lo usó, incluido servidor, se las apañó como pudo para no mearse encima, para que no se le cayera la tapa o, quizás, para no quedarse dormido con la cola en la mano.


Una vez en South Station (Boston) echamos a andar al centro de convenciones, al lado del cual se encontraba nuestro lujoso hotel: El Westin. A Jorge y dos de sus compañeros, la organización del congreso les había permitido reservar una habitación de tres camas. Una vez en el hotel, esto resultó ser imposible, ya que no tenían la correspondiente autorización para tener habitaciones de más de dos personas. Una vez arreglado este pequeño inconveniente gracias al amor, por fin pudimos ir a comer (4.00 pm). A estas alturas teníamos ya un hambre considerable, pero nos tuvimos que adaptar a la idiosincrasia de los restaurantes bostonianos: No nos trajeron la comida a los demás hasta que una de las comensales se acabó la sopa que había pedido de primero mientras los demás la mirábamos con ojos de cordero “degollao”.

Después de registrarse en el congreso fuimos, por fin, a dar una vuelta por la ciudad. Ya anochecía y decidimos ir a buscar algún lugar donde tomar una cerveza. Tras mucho caminar, este lugar resultó ser Beacon Hill, pero eso no lo sabíamos mientras nos tomábamos el nombrado refrigerio. Yo, sin querer, o eso digo, le toqué el trasero a una bostoniana que resultó estar muy salida, además de ser muy maja. De vuelta en el hotel cenamos y nos fuimos a la cama, a la espera del nuevo día. Pallav, con su rodilla chunga por un mal salto de esquí, estaba súper contento de haber tenido que patearse Boston siguiendo a unos tarados.

El domingo, aprovechando que a Jorge no le interesaba demasiado ninguna de las charlas de la mañana, nos fuimos los dos a conocer Harvard. Nos habían advertido de que en el metro de Boston hay gente de aspecto muy inteligente leyendo libros de alto nivel. Como podéis apreciar en la foto más abajo esto es totalmente cierto.

El día nos salió bastante malo: nevaba y hacía mucho frío. Así que, después de un paseo rápido por la famosa universidad, nos metimos en el museo de Historia Natural de Harvard. Como ya nos había dicho Álvaro, en este museo hay una colección impresionante de flores de cristal. Los más de 4000 ejemplares de los que consta la colección están hechos por un padre y un hijo cristaleros alemanes. Se hicieron por encargo de un profesor de botánica de la universidad de Harvard, que no quería depender de las condiciones meteorológicas y las estaciones para poder estudiar distintos tipos de flores. Las reproducciones son alucinantes, en muchos casos es imposible identificar que se trata de cristal.

A pesar de que no había cambiado mucho el tiempo, dimos un paseo por Cambridge antes de marcharnos para que Jorge llegara a tiempo a la sesión que sí le interesaba. Yo me quedé sola para seguir conociendo la ciudad, pero antes me pasé por un restaurante japonés para resguardarme del frío, cada vez más intenso, la lluvia y el hambre.

Desde Chinatown, fui dando un paseo por Boylston St. (como me había recomendado mi amigo Elías) y pasé por el Boston Common y los Public Gardens, los dos parques centrales de Boston. La laguna de los Public Gardens estaba congelada y todo lleno de nieve. Si la batería de la cámara no hubiera tenido a bien descargarse misteriosamente, tendría documentos fotográficos de este y otros momentos.

Siguiendo por esta calle, se llega hasta Copley Sq. donde se halla la Trinity Church, la cual se refleja en el rascacielos que tiene al lado. Al menos por fuera, esta iglesia es recogida y acogedora, con un mini-claustro encantador. Al otro lado de Copley Sq. se encuentra la biblioteca pública, en la que mereció mucho la pena entrar.

Deshaciendo el camino pero por calles paralelas a Boylson St. y más cercanas al río, se pasea por Back Bay, un barrio de casas preciosas donde una vez vivió John Forbes Nash, entre otros ilustres científicos y matemáticos y donde supongo que hoy viven otros personajes no menos ilustres.

Al final de este barrio se encuentra Beacon Hill, que de día resultó ser aún más bonito que de noche. Está lleno de cafés e inmejorable aspecto y tiendecillas de, probablemente, alto presupuesto. Al final de la calle Charles, se llega al Longfellow Bridge. Elías nos había dicho que desde el otro lado del río se pueden apreciar las mejores vistas de Boston. Dado que me encantan los ríos, disfruté mucho del paseo por el puente. Una vez al otro lado comprobé que, ciertamente, las vistas de la ciudad son bastante buenas. Sin embargo, en mi opinión, el “Skyline” de Boston no es, ni mucho menos, la mejor de sus virtudes. La vuelta se hizo mucho más dura que la ida: Por efecto del frío empecé a tener calambres en la pierna izquierda. Una pena, porque me hubiera gustado pasear más rato por Beacon Hill y tomarme un café. Pero mi cuerpo me pedía a gritos volver a mi habitación.

Tras un merecido reposo y una agradable cena con los compañeros de Jorge, me fui a la cama. A la mañana siguiente tenía que coger un autobús a las 8.30 am para poder llegar a trabajar a una hora razonable.

El lunes 2 de marzo resultó que en gran parte de la costa este había un temporal de “tres pares de pelotas” (en español llano). Para poder ir hasta la estación tuve que coger un taxi. No veía más allá de mis narices y me era difícil caminar entre el viento y la nieve. El taxi tardó 20 minutos (lo que normalmente se tarda andando) y una vez allí me notificaron que todos los autobuses estaban cancelados. Tras mucha deliberación conmigo misma y con Jorge decidí coger el nada barato tren para llegar a Nueva York. El tren tardó también más de lo usual porque el temporal le impedía tomar la velocidad normal. Eso sí, el interventor resultó ser muy amable: Nos dio permiso para desnudarnos ya que en el vagón hacía mucho calor y nos avisaba de que las puertas de algunos vagones no se abrirían porque estaban congeladas, pero que “nos dejaba” usar la del siguiente vagón. Tras un poco más de retraso en el metro de Nueva York llegué por fin a las tres de la tarde al laboratorio. Justo a tiempo para hacer acto de presencia en un seminario del grupo.

Yo, el Jorge, seguí en Boston unos cuantos días más. El congreso es bestial. Acuden como unas 5000 personas, se presentan más de 500 póster por día, hay charlas solapantes desde las ocho y media de la mañana hasta las ocho de la tarde. Mucha gente muy lista. A mi jefe le daban un premio y, para celebrarlo, cenamos juntos todos los miembros del grupo y algún antiguo postdoc que andaba por el congreso. A uno de estos, se le había olvidado ya que aquí se mide en pulgadas, no en centímetros, y se pidió una pizza de 20 “centímetros” de diámetro. ¿Os imagináis cómo resultó la pizza, no? Para los que no lo sepan: una pulgada son dos centímetros y medio. Fue muy divertido. Esa noche, después del temporal de nieve de por la mañana, el frío era bestial y los diez minutos que anduvimos desde el restaurante hasta el hotel fueron espectaculares. Como lo de Niágara, pero sin los calzoncillos largos. El penúltimo día, Flo y yo repetimos más o menos el camino que ya os ha contado Lidia, con un ingrediente más: subimos al segundo edificio más alto de Boston, el Prudential. Desde allá arriba, vimos un atardecer súper bonito y contemplamos desde las alturas toda la extensión de Boston y Cambridge. Muy recomendable. También nos atrevimos con un vídeo-documental acerca de la inmigración en Boston que proyectaban en una sala de apertura automática. ¡Qué miedito cuando acabó la peli y la puerta no se abría! ¡Ah, y en la Trinity Church tuvimos nuestra polémica acerca de lo que realmente estábamos viendo reflejado en el rascacielos de al lado!

Finalmente, ya de noche, quedamos con otros congresistas y nos fuimos en busca de los restaurantes del North End, que tienen buena fama. Aunque el frío no era tan intenso como el de un par de días atrás, acabamos en el primer restaurante que vimos abierto. La cena nos supo a gloria, aunque no tanto como el calorcito del local. Por cierto, que camino del restaurante pasamos también por el Quincy Market, famoso centro comercial bostoniano en el que hicimos una breve parada para recuperarnos del frío.

En resumen, pasamos unos días muy especiales. Pudimos comprobar cómo Boston es una ciudad pequeña, agradable, muy intelectual, y en la que hace un frío de pelotas.