domingo, 22 de junio de 2008

Los bancos y la ausencia

Entre las cosas que claramente no funcionan igual en Estados Unidos que en España, se encuentran los bancos. No los de sentarse, que esos más o menos siguen la misma filosofía de siéntate-mientras-no-haya-caca-de-paloma. Me refiero a los financieros. Aquí, lo equivalente a nuestras cuentas corrientes son las checking account, cuyo nombre no es casual, pues van íntimamente relacionadas con una chequera que te hace entrega al banco (nada de una cartilla). Y es que en Estados Unidos es muy común extender cheques para todo, y también enviarlos por correos al destinatario. Al igual que en España, se pueden domiciliar muchos pagos en una checking account, y para ello normalmente tienes que rellenar un cheque por el importe del primer mes, enviarlo y pedir que, de ahí en adelante, te lo carguen directamente.

Durante las semanas pasadas, fueron llegando las primeras facturas a las que tenemos que hacer frente, y hace unos días, nos sentamos para ver qué teníamos qué hacer. Por comodidad, decidimos domiciliar todos los recibos, para lo cual teníamos que extender cheques (extender un cheque, que expresión más curiosa), como ya he comentado. La cosa parecía fácil, pero nosotros somos especialistas en hacernos un lío, y de hecho había un par de apartados que había que rellenar que no sabíamos lo que había que poner. Y claro, no nos hacía gracia completar el chequecito de marras de mala manera y como recompensa quedarnos sin luz. Así que ¿qué hicimos? Buscar en google “como rellenar un cheque”. Y google tenía la respuesta. Comprobamos que nuestro intento previo de rellenar un cheque había sido erróneo (¿acaso no somos espejo de Paco Martínez Soria?), así que lo voideamos e hicimos uno nuevo. De momento, seguimos teniendo luz, así que parece que la cosa ha funcionado. De hecho, cuando consulté unos días más tarde mi cuenta corriente, perdón, mi checking account, vi que estaba el pago hecho. Mola, porque los tíos te ponen una foto escaneada del cheque por el que te hacen el cargo. ¡Menuda eficiencia!

Por lo demás, ya que estoy, os cuento los dos planes interesantes de fin de semana a los que me he apuntado para soportar mejor la ausencia de Lidia. Ayer sábado estuve en una representación al aire libre, en Central Park, de una obra de Shakespeare, Cymbeline. Es una cosa muy divertida, porque los actores están en medio del prao, como el público y, además, se cambia de localización cada diez minutos, y todo el mundo va persiguiendo a los actores hasta el nuevo emplazamiento. Se hace alrededor de un pequeño estanque conocido como The Pool. El único inconveniente es que la acústica no es muy buena, y yo no estoy muy acostumbrado a seguir el inglés en esas condiciones, y mucho menos si es clásico. Este verano tienen planeadas dos obras más que seguro que no nos perderemos.

Por supuesto, el segundo de los planes ha sido la victoria española en la Eurocopa, que he podido ver en directo junto con un puñao de españoles en un bar americano con la pared forrada de televisores de pantalla plana. De todas maneras, esto de que España

1. pase de cuartos
2. gane a Italia
3. y por penaltis

me hace temer por el orden cósmico del Universo. Seguro que la culpa la tiene el cambio climático. Por cierto, de la foto supongo que podréis adivinar quién es Sergi, mi compañero de laboratorio catalán.

domingo, 15 de junio de 2008

Bichos

La ciudad de Nueva York está habitada por una fauna bastante variada e interesante. Y con “fauna” no me refiero a sus habitantes supuestamente humanos, aunque ese sería también el tema para otra entrada. No, no... Más bien me refiero a la gran cantidad de animalejos que se puede uno encontrar.

Para empezar, una de las actividades que propone la guía Lonely Planet (vaya publicidad que le estamos dando en el blog, por cierto) es la ornitología. Es decir, vete a central Park a observar la gran cantidad y variedad de aves que hay. Pasan por Central Park a lo largo del año unas 200 especies distintas de aves migratorias, un 15% de las aves migratorias existentes. No está mal, ¿eh? De hecho, se organizan cursos para principiantes que quieran iniciarse en esta rama tan apasionante de la zoología.

Yo, sin iniciarme ni tener intención de hacerlo, todo hay que decirlo, en el campus donde trabajo puedo distinguir como cinco trinos-píospíos diferentes sin tener la más mínima idea de aves (como muchos sabéis son especialmente antiexperta en esto de las aves). Además, hay unos cuervos que amenazan la mayoría de los días con realizar sus necesidades sobre mi comida, lo cual es un detalle bastante feo por su parte.

Aparte de la asombrosa variedad de aves, ya os contamos el otro día que vimos un Mapache. Y eso que fue a plena luz del día. Debía estar enormemente hambriento el pobre para lanzarse en plancha, bolsa de basura en boca, a cruzar por donde pasábamos un grupo bastante multitudinario de turistas. Dicen que por la noche, cuando hay menos gente, pasean en minigrupos y es más fácil que salgan a campo descubierto.

Por otra parte están las ardillas. Como dice Ramón, cuando ya has visto tropecientas, pues te empiezan a dar un poco igual, pero yo tengo la suerte de no haberme acostumbrado todavía y que me encante verlas corretear. Están por cualquier sitio que haya arbolitos: en Central Park, en Morningside Park (por donde paso todas las mañanas), el campus de Columbia o en el jardín de mi universidad. Se las ve mucho el lunes por la mañana, al día siguiente de que los Harlemeños hagan barbacoas en el parque, que salen a ponerse moradas con las sobras. Además, juguetean entre ellas y dan unos brincos alucinantes. Molan un montón. A veces se aventuran a las papeleras de fuera de los parques para buscar comida y se hacen amigas de la gente que las alimenta (son unas gordas).

Otro animalejo que habita la ciudad es la cucaracha. Y oye, puede caminar. Tengo una en el laboratorio (planta 13) que se me escapa constantemente. ¡Ya la pillaré, ya! En nuestra casa no se ven muchas. De hecho, no se veía ninguna. En el tablón de la entrada hay un papel para apuntarse a la fumigación mensual, pero no nos apuntamos porque, como no había, pues tampoco íbamos a fumigarnos a nosotros mismo. Sin embargo, el otro día Jorge se encontró una de un tamaño considerable (adjunto una foto que puede herir algunas sensibilidades). Así que vamos a tener que apuntarnos.

Finalmente, por la entrada cutre por la que pasa Jorge todos los días cuando va a trabajar, se puede uno encontrar unos roedores asquerosos y también de tamaño importante llamados ratas. Estos bichos habitan allí porque es donde la glamurosa Columbia apila la basura. Con lo cual tienen hecho un apartamento de lujo para ellas solas. Probablemente, al ser ratas de Columbia, tengan un doctorado en Sociología, Física Nuclear o Derecho. Da igual, ratas son y aunque llevaran puesto el birrete, seguirían siendo ratas. O sea, que dan un asco que te mueres. El otro día, ante la mirada perpleja de una segurata, fuimos a hacerles fotos para mostraros este animal tan repugnante. La de a foto es de las pequeñas, las gordas de verdad debían estar en un congreso. La simpática agente del orden nos dijo que hay tantas que un halcón ha puesto el nido en Columbia, porque sabe que allí tiene comida. Mira, ¡otra ave más!

Así que nada, el que sea aficionado a los animales que se venga un rato a pasear por Nueva York, que en ese sentido, como en otros, tiene mucho que ofrecer.

domingo, 8 de junio de 2008

Lo que nos gusta y lo que no nos gusta

Ya llevamos aquí un tiempecillo. Es cierto que nos queda todavía mucho por conocer y muchas opiniones por formar. Sin embargo, sí que tenemos ya algunas preferencias sobre ciertas características de esta ciudad que nunca duerme. Ahí van unas pinceladas:

Nos gustan los parques, pero no nos gusta la basura acumulada en la calle.

Nos gusta el olor a comida por todas partes, pero no el olor que desprende la basura ya comentada.

Nos gusta el metro, pero no los mensajes del altavoz que no se entienden (no lo entiende ni el que redactó la Lonely Planet, así que no es problema de nuestro inglés oxidado).

Nos gusta cómo funciona correos, pero la cobertura del móvil es un asco.

Nos gusta que el supermercado esté abierto siempre, pero no nos gustan los pasillos estrechos que tienen (así no encuentra uno nada).

Nos gusta el mercado de segunda mano, pero no nos gusta cargar con un microondas medio Manhattan mientras nos amenazan locos en el metro.

Nos gusta cuando hace buen tiempo, pero no nos gusta que cambie tan rápida e inesperadamente.

Nos gusta que la gente haga mucha vida en el parque, pero no nos gusta no tener barbacoa para poder hacerla nosotros también.

Nos gusta nuestro apartamento, pero no nos gusta que hagan ruido las tuberías a las 6:00 de la mañana.

Nos gusta tener secadora, pero no nos gusta no tener donde tender la ropa más delicada.

Nos gusta nuestra cocina pequeña, pero no me gusta que todo esté muy alto.

Nos gustan nuestros muebles del Ikea, pero no nos gusta que se les caigan los tornillos (¿dónde está el de Bricomanía ahora? ¿Eh?).

Nos gustan las ardillas de los parques, pero no las ratas de Columbia.

Nos gusta el civismo general, pero no que se salten los semáforos en nuestra cara de peatones con preferencia.

Nos gusta que la gente se dirija a ti en tono amable por la calle y sin motivo aparente, pero no nos gusta que los empleados administrativos tengan poca paciencia con nosotros.

Nos gusta tener cobertura sanitaria, pero no nos gusta no entenderla.

Nos gusta que Jorge haya cobrado (¡cuánta eficacia!), pero no nos gusta que no tenga número de la Seguridad Social.

Nos gusta que Lidia tenga número de la Seguridad Social (¡cuánta eficacia!), pero no nos gusta que no haya cobrado.

Nos gusta el transporte público, pero no nos gusta que el este y el oeste de Manhattan estén tan mal comunicados.

Nos gusta la conexión súper rápida a Internet, pero no nos gusta cuando no funciona (también nos gusta cuando se arregla sola).

Nos gusta el concepto de Brunch, pero no nos gusta no haberlo disfrutado todavía.

Nos gustan los vendedores ambulantes de comida, pero no nos gusta que en el Starbucks no tengan magdalenas gigantes (o muffins).

Nos gustan los doritos morados, pero no nos gusta el maíz machacado ni las salchichas italianas especiadas.

Nos gusta el agua de Nueva York, pero no nos gusta cuando cae a mares del cielo.

Nos gusta comprar cositas, pero no nos gustan los vendedores avasalladores.

Nos gusta que tengas un montón de opciones de lo más variadas, pero no nos gusta la obligación de tener un historial de crédito (o donar un riñón) para acceder a muchas de ellas.

Nos gustan los plátanos, pero no las mandarinas con sabor a caramelo de mandarina.

Nos gusta que haya muchas fuentes para beber agua y que en los restaurantes sirvan agua sin preguntar, aparte de la bebida que uno quiera, pero no nos gusta estresarnos pidiendo la comida.

Nos gusta subir a la terraza de nuestro edificio por la noche cuando el restaurante está cerrado, pero no nos gustan las arañas que nos pican.

Nos gusta encontrar gangas en el supermercado, pero no nos gusta que estén caducadas.

Nos gusta que haga calorcito y buen tiempo, pero no nos gusta este bochorno horrible que hace ahora mismo.

Nos gusta empaparnos con la lluvia un día de calor horrible, pero no nos gusta entrar empapados a nuestro edificio con el aire acondicionado a todo trapo.

Nos gusta la ley antitabaco que impera, pero no nos convence que se vendan cigarrillos en las farmacias.

Y, de momento, eso es to... eso es to... eso es todo amigos.

jueves, 5 de junio de 2008

El futón verbenero

Después del montaje de todos los muebles del Ikea y de comprar una silla de no Le Corbusier por 5 dólares, ya sólo nos quedaba, para vivir completamente acomodados, un sofá o sucedáneo y una televisión con la que entontecernos de vez en cuando (o a menudo, según preferencias).

Decidimos no volver a Ikea, ya que los gastos de envío dejaban de compensarnos por sólo tener que traer un sofá. Así que, como era período de fin de año académico y mucha gente se mudaba, esperamos a que hubiera alguna oferta sugerente en el mercado de segunda mano. Mirábamos de vez en cuando la craiglist, que se puede visitar en el siguiente link: http://newyork.craigslist.org/ y que es muy útil si puede uno transportar un sofá de manera autónoma. Pero trasportar un sofá a través de medio Manhattan, el científico despeinado (cada vez menos, eso sí) sujetando de un lado y la loca bajita sujetando por el otro, nos parecía poco apropiado incluso para sentirnos tan identificados con Paco Martínez Soria y Gracita Morales como lo hacemos (¡cuánto daño ha hecho Cine de Barrio!).

Así que esperamos a que en los tablones de anuncios de nuestro edificio se ofertara algo. De hecho, se ofertaban muchas cosas: aires acondicionados, sillas, estanterías, mesas de café y, cómo no, futones. Los futones son esa variación incómoda de lo que es un sofá-cama. No es un sofá, ni tampoco es una cama, es más bien, una cama doblada para que tenga forma de sofá. Pero era lo más barato, asequible físicamente y confortable que se vendía por estos lugares. Además, había un par de vendedores que vendían futón y televisión, a la vez, lo cual era muy conveniente para nosotros. Así que, después de visitar a ambos, nos decidimos por la tele y el futón que nos ofrecía Erik Jorgensen, un americano con ancestros daneses muy apuesto, por cierto. Erik vivía en el 6º (nosotros en el 14º, recordad) y al otro extremo del edificio y se ofreció para ayudarnos con la mudanza. Así que Jorge quedó con él un martes a media mañana para realizar tan ardua tarea.

Así que recojo el testigo de esta historia. Si no lo sabéis, ya os digo que a mí el rollo mudanza no me va. Me agobia pensar de dónde tengo que coger los muebles para que pesen menos, me da miedo hacerme daño y hacérselo a los compañeros. O estropear los objetos transportados. Miro primero las puertas y luego lo que tiene que pasar por ellas y me achanto. Y ya si hay escaleras por medio, ni te cuento. No soy ni muy fuerte ni muy hábil, pero siempre considero que soy menos fuerte y hábil de lo que soy (al fin y al cabo, de cuando en cuando he tenido que mover un mueble y, de momento, no ha habido ninguna desgracia, y que siga así). Bueno, os detallo todo esto porque os dará una idea de las sensaciones que llenaban mis sesos en los momentos previos. También he de decir que la ilusión de tener por fin un futón compensaba en gran medida. Así que para casa de Erik que me fui dispuesto a todo. Allí, evaluamos la tarea y fijamos una estrategia. Primero, el colchón del futón. Luego, el armazón del futón. Y por último, la tele. A mí casi me daba más miedo la tele, porque es un mostrenco considerable, y ya tenía experiencia de que esas teles pesan lo mismo que toda la mierda que se emite por ellas a lo largo de una semana de programación. Diré que el colchón de nuestro futón verbenero pesa más de lo que jamás habría imaginado. Entre Erik, honroso descendiente de vikingos, y servidor nos costaba levantarlo, así que agradecimos mucho la ocasional ayuda de la ¿novia?, ¿hermana?, ¿prima? de Erik, que nos iba abriendo las puertas y dirigiendo la operación. Por cierto, que para subir a nuestro piso, usamos el montacargas del edificio, que es un ascensor estilo industrial pilotado por operario y cooperario. Esta primera vez que fuimos con el colchonchón, se mantuvieron en sus estrictas funciones, y ni lo rozaron. La segunda ocasión que usamos el montacargas, para el armazón del futón, ya sería otra historia, como veremos. Y es que el armazón no era tan pesado como el colchonazo, pero claro, era más grande y menos flexible (salvo por donde bascula el sistema para convertirse en cama o en sucedáneo de sofá). Con este sistema basculante, mis terrores hacia las mudanzas veían peligrar los deditos de los transportistas. Tuvimos la primera prueba de fuego para sacar el armazón del apartamento de Erik. La consigna era “si entró, tiene que salir” (como dijo Josefina...). Pero, ¡leñe! ¿cómo entró? El vikingo, la allegada y servidor no demostramos muchas luces para resolver el problema, y debe de ser que de pequeños no jugamos lo suficiente al juego ese de meter las distintas formas (triángulo, cuadrado, círculo) por los correspondientes agujeros. Al final, lo conseguimos con un estilo que se desarrolla con la desesperación, esto es, alamecagoendiez. He de decir que para cuando lo conseguimos sacar de su casa, yo ya había recordado que, en las mudanzas internacionales existe un hándicap adicional, como ya pude comprobar en Bruselas. Y es que el dalepahi, grrereññññññfffñfffajjjj, cagoentoafparriunpoqitbrfffff, daledaledaleahoragirahí......asistá son conceptos que, en otro idioma, son difíciles de asimilar o reproducir. En resumen, alamecagoendiez, como he dicho. Y así intentamos proceder también para meter el trasto en el montacargas. Esto ya era nivel avanzado, pues teníamos escalones, puerta de acceso a la escalera, hueco de la escalera, montacargas, operario y cooperario. Alamecagoendiez (totheIdefecateinten) falló estrepitosamente, tanto, que el cooperario se vio en la obligación de echarnos una mano. Eso sí, usando nuestra misma estrategia totheIdefecateinten (quizás es que ya no había mucho más que hacer, pues el futón estaba peligrosamente suspendido sobre el hueco de la escalera). Él, afroamericano, se puso debajo del futón e intentó hacer fuerza desde ahí. Resultado: en un momento dado estaba el futón sobre el hueco de la escalera, y el cooperario, peligrosamente doblado hacia atrás con el futón cayéndole encima y atrapado por la barandilla, suspendido también del vacío. Y yo pensando “cuidado, que se nos cae el negro”. Al final, la historia acabó bien. Tan bien, que el operario dijo que lo que había que hacer era darle la vuelta de no sé qué modo y que así saldría muy bien, y, efectivamente, el sistema resultó maravilloso hasta para meterlo en nuestro apartamento. Y la tele... ¡La tele no fue ná, porque nos hicimos con un carrito! El esfuerzo se vio recompensado por una cerveza y una cocacola que nos tomamos Erik y yo mientras charlamos amigablemente.

Y ahora, para que veáis que es verdad, os ponemos el vídeo de nuestro piso equivalente al que ya hicimos en su día, pero ya casi totalmente amueblado.



domingo, 1 de junio de 2008

Los commencements

Con ese palabro tan raro, los estadounidenses se refieren al acto de graduación de los estudiantes universitarios. Seguramente tendréis en la retina imágenes, normalmente de películas de Hollywood, en la que unos postadolescentes con togas y birretes lanzan estos al aire. Pues eso es el commencement. Algo que, en España, no se estila demasiado, aunque me consta que poco a poco se va introduciendo en las costumbres patrias. Nosotros hemos llegado a Nueva York justo al final de curso, y ya desde el primer día vimos en el campus de Columbia que se cocía algo, pues no paraban de montar y desmontar gradas, carpas y accesorios de celebración varios. Poco a poco, nos fuimos dando cuenta de que aquello eran, precisamente, los preparativos del commencement. En estas líneas os contaremos como son las respectivas ceremonias en Columbia (hogar laboral de Jorge) y en el City College (ídem de Lidia).

Columbia

Como os decía, la curiosidad de ver como engalanaban el campus de Columbia hizo que me interesara por la ceremonia en cuestión, que pronto supe que llevaba por nombre commencement por los numerosos carteles que lo anunciaban (qué listo yo, ¿verdad?). Aprendí que cada facultad o escuela (aquí son college, school o faculty, sin que todavía entienda bien cuál es la diferencia) tiene sus propios actos de graduación particulares, pero que el día del commencement se juntan todos los alumnos de la universidad que se gradúan en un acto multitudinario. Al mismo, no es fácil acudir a no ser que seas estudiante, familiar o profesor. Yo tuve la suerte de que el hijo de mi jefe se graduaba este año, y le sobraban invitaciones, así que me fui para allá. Era impresionante ver como todo el campus se iba llenando de estudiantes, todos de azul (he de reconocer que el color es bastante feo), súper uniformados. Según la escuela, llevaban además algún distintivo. Por ejemplo, los graduados en estudios generales portan una banderita de cuadros blancos y negros (la típica de “llegada a la meta”), mientras que los arquitectos llevan martillos inflables enormes. Una horteradilla, vamos, pero con bastante gracia.

Ciertamente, el campus, que ya de por sí es bonito, adquiere un aspecto sobrecogedor, pues se llena hasta los topes de gente. Creo haber leído que fácilmente puede haber como unos 40000 asistentes. Eso sí, el acto en sí es un poco aburrido, para que nos vamos a engañar. Y si no tiene el gancho de que sea tu primera vez, de que tú te gradúes, o de que lo hagan tus hijos, pocas personas creo que lo quisieran presenciar así sin más. El acto comienza con la entrada en escena de los estudiantes. Todos los de una misma especialidad desfilan juntos. Después, comienzan las procesiones de los profesores, y el PAS (el famoso Personal Administrativo y de Servicios), que aquí se denominan officers. Finalmente, marchan los miembros del University Senate, los decanos, alumnos y profesores premiados y, finalmente, el Rector (que aquí es el President). Todos estos personajes van con atuendos coloridos, distintos según el cargo que ostenten. Cuando ya está todo el mundo en su sitio, empieza el acto con el himno estadounidense interpretado en directo. Fue mi primera vez, muy emocionante.

Luego, el President soltó su speech que ya me hizo presagiar que pasaría por momentos difíciles a lo largo de la mañana. Un sol de justicia acompañó el nombramiento de siete doctores honoris causa y cinco premios a la excelencia en la enseñanza, de todos los cuales se enumeraron los méritos. Después de algunos premios más, se llegó a la parte que me pareció más graciosa, y es que los decanos de todas las facultades, uno por uno, se van dirigiendo al Rector diciéndoles las bonanzas de todos sus alumnos aspirantes a graduarse, y pidiendo que les conceda el correspondiente título con una expresión protocolaria del tipo “todos estos alumnos han superado con éxito las exigentes pruebas a las que sus profesores les han sometido, y por eso le pido que les conceda, con todos los derechos, deberes y privilegios que este conlleva, el título de tal, tal, tal”. Los alumnos de medicina, además, hacen el juramento hipocrático. Pues bien, las primeras dos solicitudes de los decanos resultan pintorescas. Ya, cuando llevas dieciocho, deseas que, por Dios, les den el título ya de una p... vez. El acto finaliza con la interpretación del himno de Columbia, sobre una pieza de Franz Josef Haydn. Si alguien se ha quedado con interés de ver más y mejores fotos, puede visitar el link
http://www.columbia.edu/cu/ceremonies/commencement/slideshow/slides.html.

Aprovecho también estas líneas para deciros cuál es el signo distintivo de la Universidad de Columbia. En ella, TODOS los estudiantes hacen primero dos años de estudio de los autores clásicos, para luego ya entrar en sus respectivas materias. Nos contaron también que, en los últimos tiempos, también tienen que estudiar obligatoriamente unas asignaturas de ciencias, y que esto está creando muchos problemas entre los estudiantes de letras. ¡Qué pasada, dos años estudiando a Virgilio, Homero, Sófocles, Esquilo...! Eso sí, ¡a 25000 dólares al año!

City College

Después de presenciar lo que se cocía en Columbia y de que Jorge me enseñara las fotos, me preguntaba yo si no tendría lugar un evento similar en el City College. Efectivamente, así era, el día 30 de mayo era la fecha señalada para llevar a cabo el mismo. Sin embargo, yo no veía más que un cartel anunciador, pero ni un sólo preparativo.
Llegó el día 30 y como surgidas de la tierra por arte de magia había colocadas una carpa y un montón de sillas como lugar donde se iba a llevar a cabo la graduación (o commencement). El campus del City College es bastante bonito, pero no tiene ese glamour de Columbia. Carece de ese edificio espectacular que es la antigua biblioteca con una estatua emblema de la universidad llamada “Alma Mater”. Además, el City College es sólo uno de los múltiples campus de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), o sea, que en esta graduación, el número de personas que se gradúan es muy inferior al de toda la Universidad de Columbia. Todos estos factores le restan bastante espectacularidad al acto. Por otra parte, debo decir que las túnicas eran de bastante mejor gusto: los graduados del City College visten un discreto pero elegante color negro. Además, anda por allí la policía del campus con uniforme de gala. Todos la mar de guapos.

Por la mañana, cuando llegué al lugar, me paseé entre las butacas y allí no me pidió entrada nadie. Si hubiera querido, podía haber cogido sitio y esperar a que comenzara, pero preferí irme a trabajar un ratito y volver cuando la cosa ya estuviera empezada. Lo malo es que, cuando volví, ya no dejaban pasar a nadie a la zona de espectadores. Eso sí, podía pasearme entre los graduados libremente (contradicciones que no termino de entender muy bien). Estaba un poco alejada de la carpa (tampoco me quería mimetizar con los de las túnicas) y no me enteraba de nada de lo que decían. No ya porque no se oyera muy bien o porque entender el inglés que sale de altavoces distorsionados me cuesta horrores, sino porque allí estaban los chavales haciéndose fotos y pasándoselo fenomenal, pasando olímpicamente de la señora del discurso. A veces sonaban aplausos y eso, pero yo creo que era pura inercia. Pensé que eso era claramente lo que hubiera ocurrido si los de mi generación hubiéramos acudido a un acto semejante cuando acabamos la carrera. Si es que los hijos de la Complutense en particular, y los españoles en general, somos unos mandriles (como los del City College, por otra parte). Así que no me pareció muy interesante quedarme mucho tiempo.

En fin, lo que sí puedo decir es que todos los alumnos y doctores que se gradúan tienen ese día una cara de felicidad maravillosa. Todo son sonrisas y alegrías. Y eso no es distinto entre los alumnos de Columbia y los del City College. Supongo que el commencement es un final de una etapa pero, más bien, como su nombre indica, señala el comienzo de otra igual o más importante.