domingo, 25 de enero de 2009

Niágara y sus cataratas

Uno de los planes que teníamos para este invierno era visitar el lago Minnewaska que, según Álvaro (ahora amigo y antes director de tesis de Jorge) se congela en invierno y es un sitio muy bonito para ver. Nos apuntamos a este plan Emilio, Mª Luisa, Jorge y una servidora. Cuando nos enteramos de que el nacimiento del afamado Dr. Martin Luther King Jr. se conmemora con una fiesta nacional, el tercer lunes de enero, nos pareció que podía ser un fin de semana adecuado para hacer la susodicha excursión. Sin embargo, nuestros planes se truncaron ante la naciente idea de ir a visitar las cataratas del río Niágara. Esta maravilla natural se encuentra demasiado lejos para hacer la visita en un único fin de semana (ya lo habíamos intentado en verano), pero tampoco merece la pena invertir muchos días, ya que lo único que hay que ver son las propias cataratas (aunque Toronto se encuentra a sólo una hora en coche).

Tras una fructífera conversación por Skype, el matrimonio Lecona-Paradinas por un lado (Mª Luisa y Emilio) y nosotros por el otro, el viaje tomó forma. Salimos el sábado 17 de enero a las 7:15AM desde Penn Station. El viaje en tren es de 9 horas y para nosotros se amenizó enormemente no sólo por el magnífico paisaje a orillas del río Hudson, sino porque conocimos a una preciosa niña de tres años que se pasó gran parte del trayecto jugando con nosotros, y a la que acabamos haciendo exclamar “¡Visca el Barça!” con acento del Barrio de Gràcia.

Cuando llegamos al hotel en Canadá eran ya más de las 5 de la tarde, es decir, completamente de noche. Desde nuestra habitación con vistas a las cataratas no podíamos apreciar nada, así que nos pertrechamos de abrigos, gorros y bufandas y nos lanzamos contra el frío para poder ver el espectáculo. Sin embargo, aunque algo pudimos vislumbrar, no nos hacíamos una idea de cómo eran las cataratas a pesar de que intentaran iluminarlas. La temperatura rondaba los 15 grados bajo cero.

A la mañana siguiente madrugamos un poco para poder aprovechar las pocas horas de luz que tienen los días por estas fechas. Nos pusimos prácticamente toda la ropa que llevábamos en las maletas. El que menos capas llevaba, se había cubierto con cuatro. Jorge llevaba calzoncillos largos encima de los cortos y un jersey de lana debajo del forro polar del Real Zaragoza, aparte del chubasquero y diversas camisetas interiores. Mª Luisa y Emilio llevaban sendos trajes de superhéroe debajo de los pantalones y jerséis y yo llevaba leotardos hasta los sobacos y el forro polar debajo del jersey gordito. Aunque estas vestiduras hacían que nos moviéramos con cierta dificultad, los disfraces de cebolla impidieron que sufriésemos con dolor las gélidas temperaturas de aquel día.


Las cataratas son verdaderamente espectaculares. Están las del lado de EE.UU., que forman una pared plana de agua. Las canadienses forman una herradura y si uno está lejos no se pueden apreciar bien por la enorme nube de bruma que levantan debido a la fuerza de su caída. Para verlas en su plenitud desde luego es mejor el lado canadiense, donde nos encontrábamos nosotros. Sin embargo, en el lado de EE.UU. hay un parque natural desde donde se pueden ver más de cerca y se puede pasar por encima de los rápidos del río antes de lanzarse al vacío (el río, claro; los turistas no se tienen por qué lanzar, aunque hay algunos locos que lo hacen en toneles).


Lo más espectacular de todo es que en invierno el río se congela, formando lo que llaman un puente desde Canadá a EE.UU. Además, las estadounidenses están parcialmente congeladas y las piedras sobre las que se desploman, cubiertas de nieve. El espectáculo es asombroso. Y haciendo nuestras delicias, todo el parque natural estaba cubierto de nieve, lo cual nos sirvió para lanzarnos bolas (de nieve) y hacer ángeles sobre ella.


A pesar de que en invierno todos los miradores y atracciones están cerrados mereció mucho la pena ir en estas fechas. Primero porque el efecto del frío sobre el agua es increíble y segundo porque había mucha menos gente de la que hay en verano. Aunque las condiciones climatológicas no impiden que haya bastante personal en este centro turístico, la ausencia de colas, de barquitos cargados con impermeables amarillos y de la masificación completa de todos los miradores hicieron que pudiéramos abstraernos del horrible complejo turístico que rodea a las cataratas (del cual nosotros nos aprovechamos, todo sea dicho) y que mereciera mucho la pena el viaje.

A las cataratas canadienses nos acercamos ya al anochecer. La iluminación no es del todo buena, pero aun así pudimos apreciarlas. La bruma que se levanta moja todo lo que hay alrededor: farolas, árboles, barandillas y fachadas. Allí se congela cubriéndolo todo con hielo y frío.


La falta de luz y el intenso frío nos hizo volver hacia el hotel: no quedaba mucho para ver y tampoco lo hubiéramos podido disfrutar. Así que nos lanzamos a la piscina cubierta y al spa que nos dejaron de lo más relajado.

Al día siguiente, celebramos el nacimiento de Martin Luther King Jr. volando de vuelta a Nueva York, afortunadamente sorteando todos los gansos.