jueves, 5 de junio de 2008

El futón verbenero

Después del montaje de todos los muebles del Ikea y de comprar una silla de no Le Corbusier por 5 dólares, ya sólo nos quedaba, para vivir completamente acomodados, un sofá o sucedáneo y una televisión con la que entontecernos de vez en cuando (o a menudo, según preferencias).

Decidimos no volver a Ikea, ya que los gastos de envío dejaban de compensarnos por sólo tener que traer un sofá. Así que, como era período de fin de año académico y mucha gente se mudaba, esperamos a que hubiera alguna oferta sugerente en el mercado de segunda mano. Mirábamos de vez en cuando la craiglist, que se puede visitar en el siguiente link: http://newyork.craigslist.org/ y que es muy útil si puede uno transportar un sofá de manera autónoma. Pero trasportar un sofá a través de medio Manhattan, el científico despeinado (cada vez menos, eso sí) sujetando de un lado y la loca bajita sujetando por el otro, nos parecía poco apropiado incluso para sentirnos tan identificados con Paco Martínez Soria y Gracita Morales como lo hacemos (¡cuánto daño ha hecho Cine de Barrio!).

Así que esperamos a que en los tablones de anuncios de nuestro edificio se ofertara algo. De hecho, se ofertaban muchas cosas: aires acondicionados, sillas, estanterías, mesas de café y, cómo no, futones. Los futones son esa variación incómoda de lo que es un sofá-cama. No es un sofá, ni tampoco es una cama, es más bien, una cama doblada para que tenga forma de sofá. Pero era lo más barato, asequible físicamente y confortable que se vendía por estos lugares. Además, había un par de vendedores que vendían futón y televisión, a la vez, lo cual era muy conveniente para nosotros. Así que, después de visitar a ambos, nos decidimos por la tele y el futón que nos ofrecía Erik Jorgensen, un americano con ancestros daneses muy apuesto, por cierto. Erik vivía en el 6º (nosotros en el 14º, recordad) y al otro extremo del edificio y se ofreció para ayudarnos con la mudanza. Así que Jorge quedó con él un martes a media mañana para realizar tan ardua tarea.

Así que recojo el testigo de esta historia. Si no lo sabéis, ya os digo que a mí el rollo mudanza no me va. Me agobia pensar de dónde tengo que coger los muebles para que pesen menos, me da miedo hacerme daño y hacérselo a los compañeros. O estropear los objetos transportados. Miro primero las puertas y luego lo que tiene que pasar por ellas y me achanto. Y ya si hay escaleras por medio, ni te cuento. No soy ni muy fuerte ni muy hábil, pero siempre considero que soy menos fuerte y hábil de lo que soy (al fin y al cabo, de cuando en cuando he tenido que mover un mueble y, de momento, no ha habido ninguna desgracia, y que siga así). Bueno, os detallo todo esto porque os dará una idea de las sensaciones que llenaban mis sesos en los momentos previos. También he de decir que la ilusión de tener por fin un futón compensaba en gran medida. Así que para casa de Erik que me fui dispuesto a todo. Allí, evaluamos la tarea y fijamos una estrategia. Primero, el colchón del futón. Luego, el armazón del futón. Y por último, la tele. A mí casi me daba más miedo la tele, porque es un mostrenco considerable, y ya tenía experiencia de que esas teles pesan lo mismo que toda la mierda que se emite por ellas a lo largo de una semana de programación. Diré que el colchón de nuestro futón verbenero pesa más de lo que jamás habría imaginado. Entre Erik, honroso descendiente de vikingos, y servidor nos costaba levantarlo, así que agradecimos mucho la ocasional ayuda de la ¿novia?, ¿hermana?, ¿prima? de Erik, que nos iba abriendo las puertas y dirigiendo la operación. Por cierto, que para subir a nuestro piso, usamos el montacargas del edificio, que es un ascensor estilo industrial pilotado por operario y cooperario. Esta primera vez que fuimos con el colchonchón, se mantuvieron en sus estrictas funciones, y ni lo rozaron. La segunda ocasión que usamos el montacargas, para el armazón del futón, ya sería otra historia, como veremos. Y es que el armazón no era tan pesado como el colchonazo, pero claro, era más grande y menos flexible (salvo por donde bascula el sistema para convertirse en cama o en sucedáneo de sofá). Con este sistema basculante, mis terrores hacia las mudanzas veían peligrar los deditos de los transportistas. Tuvimos la primera prueba de fuego para sacar el armazón del apartamento de Erik. La consigna era “si entró, tiene que salir” (como dijo Josefina...). Pero, ¡leñe! ¿cómo entró? El vikingo, la allegada y servidor no demostramos muchas luces para resolver el problema, y debe de ser que de pequeños no jugamos lo suficiente al juego ese de meter las distintas formas (triángulo, cuadrado, círculo) por los correspondientes agujeros. Al final, lo conseguimos con un estilo que se desarrolla con la desesperación, esto es, alamecagoendiez. He de decir que para cuando lo conseguimos sacar de su casa, yo ya había recordado que, en las mudanzas internacionales existe un hándicap adicional, como ya pude comprobar en Bruselas. Y es que el dalepahi, grrereññññññfffñfffajjjj, cagoentoafparriunpoqitbrfffff, daledaledaleahoragirahí......asistá son conceptos que, en otro idioma, son difíciles de asimilar o reproducir. En resumen, alamecagoendiez, como he dicho. Y así intentamos proceder también para meter el trasto en el montacargas. Esto ya era nivel avanzado, pues teníamos escalones, puerta de acceso a la escalera, hueco de la escalera, montacargas, operario y cooperario. Alamecagoendiez (totheIdefecateinten) falló estrepitosamente, tanto, que el cooperario se vio en la obligación de echarnos una mano. Eso sí, usando nuestra misma estrategia totheIdefecateinten (quizás es que ya no había mucho más que hacer, pues el futón estaba peligrosamente suspendido sobre el hueco de la escalera). Él, afroamericano, se puso debajo del futón e intentó hacer fuerza desde ahí. Resultado: en un momento dado estaba el futón sobre el hueco de la escalera, y el cooperario, peligrosamente doblado hacia atrás con el futón cayéndole encima y atrapado por la barandilla, suspendido también del vacío. Y yo pensando “cuidado, que se nos cae el negro”. Al final, la historia acabó bien. Tan bien, que el operario dijo que lo que había que hacer era darle la vuelta de no sé qué modo y que así saldría muy bien, y, efectivamente, el sistema resultó maravilloso hasta para meterlo en nuestro apartamento. Y la tele... ¡La tele no fue ná, porque nos hicimos con un carrito! El esfuerzo se vio recompensado por una cerveza y una cocacola que nos tomamos Erik y yo mientras charlamos amigablemente.

Y ahora, para que veáis que es verdad, os ponemos el vídeo de nuestro piso equivalente al que ya hicimos en su día, pero ya casi totalmente amueblado.



6 comentarios:

salva dijo...

Oye, Jorge, has dejado salir ya a Lidia?

salva dijo...

Estoy realmente preocupado...

Almu dijo...

Lo que aún no entiendo es que hayáis conseguido contener la risa durante la grabación del momento armario, porque yo no he podido. Sobre todo, cuando añades la gracieta "éstas son las cosas que más utilizamos".

Queoshechounhuevodemenoscabrones.

ThatImissyoualotyoufuckingmates.

Anónimo dijo...

Si es que sois gilipollas...

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

La muñeca que guardas en el segundo aramario ¿También es de Ikea o se la compraste al tal Erik, Jorge? .... el caso es que me recuerda a alguien y no se muy bien a quién.....
¡¡Lástima no poder teletransportarnos Apeto y yo porque después de nuestra última mudanza de Septiembre, somos los reyes de las mudanzasdecosasgrandesporescalerasestrechas...!!!
Muchos besos para Jorge y tb. para la del armario
ZaraprimaExpoZgz08